La Máquina Errante




Una gigantesca mole errante vagaba por el inmenso espacio circundante a una joven y pequeña estrella roja. Se encontraba en el punto más alejado de su excéntrica órbita y la poca luz del espectro visible que incidía en su ennegrecida superficie, había surgido de la corona solar hacía poco más de un año.
Aquel yermo bloque de hielo, que contenía leves trazas de metales, hidrocarburos, diversos compuestos inestables de silicio ahora inertes, se elevaba del plano orbital. Un plano que ahora estaba ocupado por un disco de gas y escombros que giraban cada vez más rápido y que, tal vez algún día, llegarían a convertirse en planetas.
Sin embargo aquel temprano cometa, planetoide o esfera, indiferente a los nombres que se le pudiesen dar, comenzaba a precipitarse de nuevo hacia el discreto astro, ahora apenas visible a través del disco de polvo que lo rodeaba.
Un brutal y repentino impacto lo atravesó casi como si no existiese. Las ondas de choque se propagaron por la superficie y el interior helado de la esfera, partiendo desde el inmenso cráter que ya se estaba formando en el punto de impacto y propagando profundas grietas que casi destrozaron el planetoide. Un gigantesco cono de eyección comenzó a formarse con los escombros que salían disparados hacia el espacio y no pasó mucho hasta que la efímera forma cónica empequeñeciera al cometa con su descomunal tamaño.
Las columnas verticales de gas y plasma rodeaban a la fría esfera deformada y agrietada en la que se había convertido el errante cuerpo celeste. Tras varias horas, el cráter comenzaba a asentarse y ocupaba ya la mitad de uno de los hemisferios. En su centro un cilindro se erguía, incrustado y sin el más mínimo rastro de deformación. Su negra superficie lisa parecía perfecta e incólume, indiferente a la destrucción que había producido.
La primera onda de choque retornó desde el otro lado del planetoide y cruzó el cráter a gran velocidad. Cuando casi había alcanzado al cilindro negro, este se deshizo repentinamente en nada más que un polvo micrométrico, que aprovechando aquella fuerza, se alzó propagándose por doquier.
Aprovechando los tenues vientos que ahora azotaban la superficie helada, aquel polvo pudo llegar a todos los rincones del planetoide y a los escombros que flotaban en torno a él. La esfera continuaba deformándose y agrietándose mientras dejaba atrás el afelio de su órbita, comenzando su larga caída hacia el turbulento disco de gas.

***

El cilindro que había substituido al planetoide en su órbita, apenas era el doble de grande que el que había impactado originalmente sobre la superficie sólida de óxido de hidrógeno. Ya nada quedaba ya de aquellas substancias inútiles, expulsadas de nuevo a aquel denso disco de polvo.
Las inmateriales consciencias que lo ocupaban eran los últimos restos de toda una raza. Los últimos vestigios que habían conseguido huir del exterminio y que, por primera vez tras su atemporal letargo, volvían a estar despiertos y medrando.
Seleccionaron molécula a molécula, átomo a átomo, los valiosos elementos que necesitaban para sus planes, separándolos, acumulándolos y finalmente reordenándolos para duplicar el polvo negro que seguía cubriendo el planetoide.
Sin embargo, aquella tarea les reportó un escaso beneficio y pese a haber filtrado millones de toneladas, solo un ínfimo porcentaje de todos aquellos elementos resultó viable para la creación de aquellas máquinas moleculares. Por ello, mientras ensamblaban aquellos átomos en máquinas, exploraron en derredor y trazaron meticulosas un plan.
Casi todas aquellas inteligencias se sumieron de nuevo en el letargo atemporal de los bancos de memoria, dejando tan solo datos almacenados en las inmensas estructuras subatómicas que las nanomáquinas ahora conformaban. Únicamente dos conciencias maestras permanecieron despiertas entre aquellas maraña de datos impasibles.
Ambas acababan de despertar hacía no mucho y trabajaban de nuevo en la que era su única función. Una calculaba y dominaba el rumbo a seguir, otra comenzaba de nuevo su vigilia, solo que en esta ocasión no sería del todo solitaria.
Llegado el momento, actuaron. Siguiendo sus cálculos con una precisión casi imposible cayó hacia la estrella, acariciando sus tenues llamas rojas y controlando con precisión su rumbo se lanzó en una amplia órbita espiral.
 El cilindro se transformó y una amplia vela se desplegó entre el polvo. El gas parecía atravesarla como si no existiese, pero las pequeñas maquinas que se entrelazaban en ella, comprobaban y analizaban cada átomo con el que contactaban y, si resultaba útil lo retenían y aprovechaban.
Mientras innumerables y minúsculas mentes trabajadoras se afanaban en aumentar el tamaño del colectivo, las dos grandes conciencias maestras permanecían atentas a su deber con silenciosa e indiferente eficacia.
Mientras que a una nada le importaban los precisos cálculos y observaciones de su compañera, a esta nada le importaba el minucioso escrutinio que mantenía su compañera sobre todo el ruido estelar. Y pacientes, mientras medraba el espacio para el colectivo, continuaron realizando las tareas para las que habían sido creadas.

***

De la nada se materializó un crucero, luego otro y otro más, separados entre sí por casi diez minutos luz. Un destructor apareció y casi al unísono, el espacio se plegó en todas las dimensiones existentes, surgiendo una diezmilésima de segundo más tarde, un gigantesco acorazado. La gigantesca nave llenó el espacio que antes había sido ocupado por difusas moléculas de hidrógeno y monóxido de carbono que formaban la brillante nebulosa.
Naves y más naves continuaron apareciendo en una rápida sucesión y sin ningún orden, en una caótica coreografía. Tras más de dos minutos de maniobras interdimensionales, aquella flota acabó por ocupar un volumen de casi un día luz cúbico.
El acorazado emitió la señal acordada y se convirtió en el faro sobre el que convergían todas las naves en busca de repuestos, suministros médicos o a presentar los botines obtenidos al Gran Señor. Casi todas las naves de la flota estaban dañadas y el acorazado no era una excepción. Grandes zonas de su casco estaban abolladas, retorcidas ó sencillamente agrietadas y derretidas en aquellas secciones donde los escudos se habían colapsado bajo la presión de la artillería federal.
El asalto a Prya no había ido tan bien como se esperaba. Pese a que en el ataque aunaron sus fuerzas tres grandes señores con sus flotas al completo, superando a las fuerzas federales en más de siete naves a una, los corsarios se vieron superados por una potencia de fuego inusitada. Las fuerzas federales los vencieron casi todas las batallas que presentaron y forzaron una retirada prematura de las naves corsarias. Una retirada con menos de la mitad de las naves originales, con las que lograron escapar severamente dañadas y perdiendo una importante parte del botín.
Durante días las naves se desplazaron con lentitud, acercándose poco a poco al único acorazado que había conseguido escapar de la masacre. Los cargueros capturados, con su valiosa carga, y las naves de transporte, llenas de prisioneros esclavizados, contenían la mayor parte de los beneficios de aquella expedición y se acercaban a la nave del Gran Señor vigiladas de cerca por los pocos cazas que aún permanecían operativos.
Sus tripulantes estaban ansiosos por disfrutar de su parte de las ganancias y pese al cansancio extremo de más de dos semanas sin dormir, las fiestas se sucedían sin cesar. Alimentadas por las drogas estimulantes que aún les quedaban, los litros de alcohol que se habían destilado durante el viaje de ida y los prisioneros que pasaban de camarote en camarote, las celebraciones eran constantes en todas las naves.
Al mismo tiempo que los mercenarios de la flota fornicaban y celebraban sin cesar el haber escapado con vida de aquel paraíso infernal, los mecánicos y oficiales de la flota aún tenían mucho trabajo por delante. Las reparaciones en las cubiertas expuestas al vacío hacían relucir los cascos de las naves con el azulado parpadeo de las antorchas de plasma y el calor de las resinas metálicas.
Cientos de mercenarios murieron durante aquellas semanas, al estallar los maltrechos mamparos de las naves y verse expuestas sus cubiertas al vacío, mientras festejaban sin cesar. Pero al resto no les importaba, ignorantes del precario estado de las naves en las que viajaban y que no comprendían. Varios cruceros se perdieron, algunos al estallar sus reactores, otros tras estallar sus salas de torpedos o bien al fallar los sistemas de seguridad.
A pesar de ello la flota siguió agrupada, seguros de que los federales no los buscarían a poco más de cinco años luz del sistema atacado. La nebulosa no era especialmente densa, pero contaba con muchas estrellas jóvenes, con espesos discos en torno a ellas y fuertes distorsiones electromagnéticas causadas por los vientos estelares.
 Uno de los cargueros estalló sin más, al chocar un gigantesco cilindro contra él y atravesarlo como si no existiese. Los escombros se desperdigaron por doquier, dispersándose como esquirlas y golpeando múltiples naves. Aquel proyectil continuó con su rumbo y se incrustó sin apenas causar daños, en el gran acorazado, mientras algunas de las naves alcanzadas estallaban en silencio.
Las reparaciones y celebraciones se detuvieron de inmediato, al sonar las alarmas. Todos corrieron a sus puestos asignados de mala gana pero raudos y se prepararon para un ataque federal. Sin embargo los atacantes reptaban ahora sobre el duro metal de los cascos expuestos, aún sin escudo y rápidamente encontraron conductos con energía y líneas de pulsantes datos que se movían de un lado a otro.
La única conciencia que ahora dirigía a aquella amorfa substancia sabía qué hacer en aquella situación. Controló los quintillones de nanomáquinas, dispersándolas por aquellas duras e ineficientes formas y enviando desde ellas a sus programas, para hacerse con su control.
Aquella conciencia se propagó por los bancos de memoria, analizando, estudiando, capturando espacio utilizable y domando los programas que en él se encontraban. Se transmitió a través de los estrechos rayos de luz que unían todas aquellas naves, hasta lograr propagarse a todas ellas y siguió buscando.
La conciencia decidió vaciar de aire el interior de las naves, conservando así los cuerpos de aquellos animales como materia prima para ampliar el colectivo. Buscó y copió la información de la nave: historia, geografía, defensas, armas, diario de abordo… Comenzó a duplicar todos sus bancos de datos para analizarlos en cuanto tuviese tiempo para ello.
Las memorias estallaron y la conciencia notó como la parte de su ser, que se había fundido con los ordenadores de las naves, se había destruido al unísono. Las nubes de máquinas, que ahora ocupaban el interior de las naves descubrieron a los culpables. Bolsas gelatinosas de hidrógeno, nitrógeno, oxígeno, carbono y un sinfín de otros elementos que ahora se encontraban  enfundadas en gruesos trajes de una desconocida aleación.
El Gran Señor y su escolta personal ya se habían metido en sus trajes acorazados, listos para luchar contra los federales, cuando la atmosfera de la nave se vació asfixiando a oficiales y esclavos a su alrededor. Aún buscando a los responsables del ataque, el gran señor se percató de cómo los ordenadores de su nave se bloqueaban, impidiéndole el control y furioso, activó las cargas explosivas.
Destrozó  todos los bancos de memoria de las naves, todas al alcance de aquel emisor, y transformó su maltrecha flota en nada más que metal retorcido e inútil. Millones de toneladas de chatarra que flotarían sin dueño por la nebulosa, ya que si no podía ser suyo, el botín no sería de nadie.
Aquella densa nube de polvo negro lo rodeó, moviéndose en el vacío sin verse afectada en lo más mínimo por la estremecedora potencia de fuego que aquellas armaduras vertían sobre ella. Indiferentes, las motas de polvo se adhirieron a sus corazas y comenzaron a deshacer lentamente la dura aleación de los trajes acorazados.
Aterrorizado, el Gran Señor comprendió súbitamente a que se enfrentaba y las viejas historias de terror que se contaban a los niños llenaron su mente con imágenes de pavor. Las leyendas sobre Las Legiones Desalmadas, La Máquina Errante y el mítico Pacto de Erebo llenaron su mente en sus últimos minutos.
Aquel polvo negro era cada vez más espeso y el despiadado corsario comenzó a temblar con un miedo atávico. Tan solo una tonadilla temblorosa surgió de sus labios, poco antes de que el blindaje desapareciera del todo y su carne se helara en la inmensidad del vacío interestelar.
-          Nuestra Condenación surgirá del corazón de la…-, pero no consiguió terminarla.

***

Ya solo permanecía, flotando entre tenues jirones de hidrógeno, una esfera sólida de veinte mil kilómetros de diámetro.
El insondable negro de su lisa superficie, resaltaba contra los brillantes tonos infrarrojos, marrones, naranjas y ultravioletas de la nebulosa que lo envolvía. Si se buscaba calor, solo se observaría una enorme esfera helada, cuyo frío destacaba contra los tibios jirones de gas que se encontraban a su alrededor. Una burbuja de absoluto silencio la envolvía, acallando el furioso rugido electromagnético que inundaba todo aquel brazo de la galaxia.
Solo una cosa revelaba la existencia de aquel orbe en la realidad: su masa. Esta creaba una clara hondonada en el espacio que atraía sin remedio al tenue gas circundante, que se arremolinaba en turbulentos y cada vez más densos jirones de gas.
En su interior reinaba de nuevo la paz. Una paz que se había visto interrumpida por una sencilla onda portadora que atrajo la atención del Guardián, despertó de inmediato a los soldados y los lanzó al ataque.
Pero la eliminación de aquellos animales no fue la causa de las luchas internas, sino que lo fue la información. Obtenida a duras penas de helados cuerpos decrépitos, de bancos de memoria despedazados, de suposiciones y repetidos análisis… aquellos retazos de información desataron las graves disensiones entre todas las mentes del colectivo.
Mientras los constructores, indiferentes a las decisiones, asimilaban sin piedad el metal capturado, las consciencias pensantes de aquella sociedad discutían sin fin enzarzadas en bucles lógicos sobre el camino a seguir con aquellos datos inconsistentes.
Todos los programas borrados, las memorias corrompidas y los archivos modificados ahora formaban parte de la historia. Aquella guerra civil se había cobrado trillones de conciencias, repartidas en todas las facciones que tomaron partido. Pero las disensiones habían finalizado, uno de los bandos había salido victorioso y el resto había acabado por aceptar ciegamente su plan.
Las conciencias se dirigían ahora hacia las únicas coordenadas recuperadas, hacia aquel sistema infectado de alimañas. Purgarían la galaxia de su presencia y erradicarían de la existencia a aquellos pérfidos seres.
La esfera se movía cada vez más rápido, dejando detrás una oscuridad absoluta que acabaría por envolverla, casi por completo, al acercarse a la velocidad de la luz. Y sin decelerar en lo más mínimo, impactaría contra todos los mundos de aquel sistema, erradicando así la infestación de seres humanos que portaba en su viaje en torno a la galaxia.

1 comentario:

WilliamDarkgates dijo...

Diantres que capitulo tan genial, por fin han salido las maquinas vivientes que nos prometieron en aquel cuento entre padre e Hija. Realmente el universo de la Federación es un universo brutal y crudo :D

por cierto, algún día podrías explicar, las dimensiones de las naves, porque yo sinceramente en las series de ciencias ficción nunca he podido diferencias un destructor de un acorazado :S me encantó por cierto el toque que les ha dado con las medidas de tiempo y espacio: la distancia de 8 minutos luz