¿Y
tú por qué estás aquí?
Es
una pregunta que tarde o temprano se escucha en nuestra profesión. Pocos somos
los que nos dedicamos a este trabajo durante más de un par de años y muchos
menos los que lo convertimos en nuestra única profesión.
No
siempre se escucha la misma respuesta, por supuesto, aunque como sucede con la
música, siempre hay temas principales que, aunque tengan variaciones más o
menos interesantes, se repiten una y otra vez.
La
primera vez que me hicieron la eterna pregunta estaba en una pequeña nave de
rastreo recorriendo un sistema triple sin nombre, mientras la nave nodriza nos
esperaba en su lenta órbita. Buscábamos asteroides con un perfil mineral
específico, lo cual solía descartar a muchos candidatos y dejar mucho tiempo
libre entre análisis y análisis.
No
recuerdo si fue el piloto o el ingeniero de la nave, pero sí recuerdo como uno
de ellos me asaltó a traición durante una de las comidas. También recuerdo la
respuesta que ofrecí: una insulsa y estúpida concatenación de tópicos, frases
hechas y absurdas ilusiones.
No
me extraña que se riesen de mí durante toda aquella órbita. Me lo tenía
merecido y rápidamente preparé una nueva versión para contar en las siguientes
ocasiones. Ahora comprendo aquellas risas y si escuchase a un novato decir lo
mismo que yo, también me reiría con ganas. Tal vez sería el que más fuerte lo
hiciera.
Así
que, cuando escuché la respuesta de aquella diminuta chiquilla, supe sin duda
que era diferente. No solo era que apenas hubiese dejado atrás la adolescencia
o que en sus ojos ardiese el fuego del navegante[1]. Era
sencillamente que tenía una respuesta única a la pregunta.
“Solo
para llegar al lugar donde he de estar”, revelaba siempre que surgía el tema.
Por mucho que insistiésemos nunca explicaba a que se refería con tan criptica
frase y, cuando uno de los tripulantes novatos intentó resolver el enigma con
una respuesta filosófica, esta lo atajó de inmediato alegando que no se refería
a aquello en lo más mínimo.
Nuestros
viajes mineros son largos, lentos y aburridos, por lo que la tripulación se
convierte en una familia en la que todo acaba pasando. A pesar de los meses de
burlas, chistes y bromas a costa de la novata, todo acabó simplemente por
quedar reducido a un chiste entre la familia que ya éramos.
“¿Falta
mucho para llegar?” quedó rápidamente convertido en una frase que relajaba
cualquier ambiente tenso, transformándolo en un pequeño coro de sonrisas o en
algunas ocasiones, de amistosas carcajadas. En las ocasiones que Dauci la
escuchaba, simplemente parpadeaba un par de veces con rapidez y seguía su
camino. Aunque en ocasiones, cuando se dignaba en responder, te observaba con sus
ojos multicolores durante unos segundos y luego respondía con toda naturalidad:
- Aún no he
llegado. No sé cuánto me queda. Y la verdad es que no me importa.
Así
finalizaron los veinte meses que duró nuestra expedición minera por aquel
sistema baldío. Las capturas habían sido buenas, lo que hizo que varios de
nosotros fuimos promovidos por la empresa y ascendidos de categoría en nuestras
evaluaciones. Mientras, nuestra nave permaneció en el dique estanco de los
astilleros y todos nosotros nos tomamos unas merecidas vacaciones.
Personalmente
no me molesté en mantener el contacto con mis compañeros, nunca lo hacía, y
durante mi visita a aquella esfera simplemente me dediqué a descansar y
relacionarme con lo que el resto de los seres humanos consideraban sociedad.
Para mí tan solo era un tumulto sin fin de problemas, generalmente nimios,
absurdos o que no me importaban en lo más mínimo.
Por
eso pensaba que Dauci habría entrado en algún ciclo superior de formación o que
habría acumulado suficiente experiencia para poder acceder al destino y el
trabajo que deseaba. Sería lo más normal en alguien de su edad. Pero ella no
era como cualquier otro.
En
cuanto volví a bordo no tardé en descubrir que, tras haber sido promovida y
aumentar su categoría, la empresa la había asignado como ayudante de
cartografía. Mi ayudante.
- ¿Sigues
buscando ese lugar tuyo? – recuerdo haber preguntado, mientras estrechaba su
antebrazo.
- Aun sigo
buscando. No sé donde está, pero tengo buenas sensaciones con este viaje-, me
respondió con una sonrisa complacida.
Partimos
del concurrido astropuerto, donde habíamos atracado para reaprovisionarnos, y
nos dirigimos de inmediato fuera del plano orbital, buscando alejarnos de las
concurridas cercanías de los puertos. Los nuevos miembros de la tripulación se
integraron con facilidad y aunque los compañeros ausentes se echaban de menos,
el buen humor reinaba en las salas comunes. Mucho antes del primer salto, en
toda la nave ya se respiraba de nuevo un ambiente de grata familiaridad.
La
expedición transcurría como era habitual. En cuanto llegamos al sistema binario
que la empresa nos había asignado, identificamos los cuerpos principales y tras
la habitual corrección de órbita, comenzaron las operaciones. Cómodas
lanzaderas de rastreo batían con sus sensores las órbitas asignadas, los laboratorios y ordenadores de
la nave principal no cesaban de procesar los datos que recibían y, de vez en
cuando, las naves de captura se dirigían a la caza de un asteroide o fragmento
errante lo suficientemente valioso o denso como para justificar el espacio que
ocuparía en la bodega.
Nuestra
bodega estaba casi llena, mucho antes de lo planeado, cuando lo detectamos.
Habíamos entrado muy alto por el plano, tratando de obtener la mejor
perspectiva del sistema, así que la corona solar de una de aquellas estrellas
había logrado ocultar al pequeño planetoide.
Tenía
una órbita retrograda casi perpendicular al plano, tan inusual que la mayoría
de la tripulación pensó al principio que era una broma. Comprobar más tarde que
su órbita era una excéntrica espiral decreciente ya no sorprendió a ninguno,
aunque el descubrir que aquella roca se adentraría en una de las coronas
solares para luego consumirse en el corazón de la estrella mayor, si nos apenó
en cierto modo.
Nos
apenó porque, en los primeros análisis de aquel diminuto planeta errante de
poco más de tres mil kilómetros de diámetro, ya detectamos inmensos depósitos.
Estaba lleno de metales pesados, lantánidos, actínidos y elementos exóticos de
tal complejidad y en tal abundancia que, según las coloridas palabras que se
oyeron en la sala, bien podrían abastecer a cien Federaciones durante milenios.
Pero
nada podíamos hacer con semejante tesoro. En unas pocas décadas se perdería en
el plasma de la estrella, las bases mineras que se necesitarían tardarían años
en ser operativas y la dureza ambiental limitaría enormemente las operaciones. Con
semejantes condiciones apenas se lograrían extraer suficientes recursos antes
de tener que abandonar aquel lugar como para que compensara el esfuerzo.
Mientras
todos nos quejábamos, lamentándonos de aquella fortuna desperdiciada, Dauci se
afanaba en su estación. Observando los cada vez más detallados gráficos
orbitales, creaba y modificaba simulaciones una y otra vez, canturreando como
siempre hacía durante sus guardias. Pasaron horas sin que se dignara a
responder, nada inusual en ella, la verdad. Pero en cuanto finalizó sus
cálculos, alzó la vista y nos llamó a todos mientras sonreía exaltada.
- Chicos,
vamos a mover un mundo con nuestras manos. Lo arrancaremos del pozo donde ha
caído y lo colocaremos en el cielo otra vez-, casi llegaba a gritar con el
incontenible entusiasmo que la embargaba mientras zarandeaba un puño
desafiante. Y con una sonrisa de pura arrogancia en su joven rostro, exclamó-.
Por fin he llegado a donde he de estar y no pienso dejar pasar esta
oportunidad.
[1]
Fuego del navegante.
Se trata de la denominación común para un rasgo genético recesivo que, por una
serie de características vinculadas, comparten unos pocos pivum. Se manifiesta
con un iris inusual en el que la combinación de los colores: rojo, ámbar y
avellana, junto con su disposición con forma de llama que parte desde la
pupila. Esta característica proporciona una sensibilidad específica a la luz
que resulta muy útil para localizar estrellas y cuerpos celestes.