Cartógrafo

El canto de la placa de datos que había estado leyendo la noche anterior, me tocó suavemente en la cabeza y me despertó. El dormir en ingravidez siempre conseguía relajarme y calmarme, y a partir de hoy lo necesitaría. Dentro de unas horas finalizaríamos los estudios y análisis previos, comenzando a adentrarnos en un nuevo sistema estelar.

Llevábamos observándolo a unos petámetros de la estrella desde hacía tiempo y ya habíamos conseguido situar todos sus planetas, casi todas sus lunas y muchos cuerpos errantes, contando ya con un modelo básico de sus orbitas e interacciones.

No sabíamos mucho de ellos, sobre todo de los que estaban en ese momento, ensombrecidos por la corona estelar, pero nuestro ecólogo jefe, que durante los dos meses y medio que llevábamos de expedición había estado dormitando aburrido por los rincones, ahora parecía un niño. Un niño impaciente e ilusionado con un juguete nuevo… que no podría tocar hasta dentro de, como pronto, medio año.

Ni la estrella ni el sistema tenían nombre aún, solo un número de catálogo, así que acabamos llamándolo “Preco” para abreviar, porque por las ganas que tenían los ecólogos de ponerles las manos encima... se podría considerar pre-colonizado.

Tanto Preco2 como Preco3, eran perfectos candidatos para ello. Ambos estaban en la zona de habitabilidad óptima de aquella estrella, y ambos tenían un tamaño planetario casi óptimo para su colonización. Aunque ahora nos dirigimos hacia los planetas exteriores, bastante agrupados entre sí, pudimos comprobar que todos aquellos cuerpos eran rocas hipercongeladas de piedra y hielo negro, sin ningún valor por el momento.

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Tras unos cuantos meses viajando entre aquellas pequeñas rocas y dejando en el proceso, un par de satélites en cada una para hacer mediciones generales de los mismos, dejamos atrás las frías lindes del sistema y nos encaminamos hacia Preco8, el primero y más pequeño de los gigantes gaseosos. Por el camino estudiamos la camarilla de pequeñas lunas habituales que acompañan a los gigantes y que cada vez se distinguían mejor en las pantallas de los telescopios.

Los días de viaje pasaban rápidamente mientras los estudiábamos a distancia y perfilábamos con todo detalle las orbitas, primero de los satélites mayores, y luego los pequeños cascotes irregulares que flotaban por doquier. Desde luego no era lo único que estudiábamos, mirábamos de todo. Desde las tenues atmosferas y gases que los envolvían, sus superficies y topografía, su corteza, sus campos magnéticos y gravitatorios… Todo lo mensurable se midió y los datos fueron archivados y analizados con calma en los laboratorios y oficinas de la gran nave cartográfica.

Los ecólogos estaban que trinaban. Por mucho que miraran no había nada interesante para ellos en aquellas lunas. Todas eran unas rocas estériles y sin posibilidades de sostener una gran colonia por sí mismas. Sin embargo los geólogos no queríamos marcharnos tan pronto. Teníamos material para estudiar durante varias vidas y algunos de los pequeños encargados de laboratorio se frotaban las manos esperando los inevitables descubrimientos que se producirían y que, les proporcionaría promociones, privilegios y distinciones en sus carreras.

En el fondo casi todos estábamos en las misiones de cartografía por eso. Para empujar nuestras carreras, para ver cosas nuevas e interesantes y descubrir, tal vez, una nueva raza alienígena. Pasaba bastante a menudo, y ejemplares de todas las plantas y animales recolectados estaban cuidadosamente conservados y expuestos en los xenojardines y xenozoologicos de todos los Sistemas Principales y en bastantes de los Periféricos.

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Tras dos meses de intensivo trabajo en Preco8, dejamos un pequeño grupo de satélites en órbita, abandonamos el subsistema y continuamos hacia el siguiente gigante del sistema, Preco7. En él pasó exactamente lo mismo, y otra vez lo mismo en Preco6. Pero en el quinto planeta, una enorme mole de gas con un color entre azul y violeta, nos topamos con una pequeña sorpresa.

La experiencia dictaba, aunque no siempre pasaba, que donde había atmosfera densa, existía vida. Generalmente no eran más que microorganismos y algunas plantas elementales muy adaptadas y resistentes. Pero en algunas ocasiones se encontraba un ecosistema complejo. Ese era el sueño de todo ecólogo. Pero estos ecosistemas estaban siempre en la zona de habitabilidad óptima de los sistemas, y no era probable que, estando tan lejos de ellos, nos topáramos con uno de aquellos.

La luna era bastante pequeña, pero tenía mucha más gravedad de la que le correspondía por el tamaño (4.1 m/s2), además su densa atmosfera de nitrógeno y dióxido de carbono, teóricamente permitiría vida superior en cierto grado. Los ecólogos por fin estaban contentos, ya tenían trabajo. Entre ser el primer cuerpo con atmosfera densa, y al ser muchísimo más masivo que el resto, se ganó casi de inmediato una tanda de expediciones tripuladas.

Fue la primera luna a la que bajamos. Aquella expedición, lejos de ser un paseo de placer, fue planificada casi al minuto. Lo único que tuvo de excepcional, aparte de ser la primera, fue la pequeña camarilla que se apuntó para constar como los primeros en pisar el sistema. El responsable de la expedición fue el primero en bajar, así como el jefe de seguridad y varios de sus soldados de alta graduación. El propio capitán de la Cassia pilotó aquella lanzadera y hasta bajó el único diplomático de la expedición, que pese a tener que estar en toda misión de ese tipo, nunca tenía nada que hacer.

Los ingenieros, técnicos y científicos varios fuimos el grueso de aquella expedición, pero también los últimos en bajar de la lanzadera. Y encima, teniendo que cargar con todo el equipo. Al menos no tuvimos problemas con los trajes estándar y pudimos trabajar sin problemas.

Los que trabajábamos teníamos la mente y el cuerpo ocupados, pero mientras tanto, los que habían bajado para hacerse la foto nos miraban hastiados y murmuraban sin parar lo aburridos que estaban. Lástima que lo hicieran por radio, y todos los escucháramos. El único que no dijo nada fue Mercutio Elam, el jefe de la expedición. Se quedó mirando el horizonte y no dijo nada en todo el día.

Los soldados vigilaban la nave y los alrededores, y el capitán y su copiloto revisaban la nave, comprobando que todo estuviese listo para el despegue. Mientras montaba mi equipo para tomar muestras de la corteza, no podía dejar de pensar en lo asombroso que me resultaba que el capitán comprobara personalmente una lanzadera. Estaba por encima de su categoría… muy por encima, de hecho.

Durante dos meses mantuvimos una docena de lanzaderas en constante movimiento. Cualquier sitio con una particularidad era visitado. Estuvimos en la cima y laderas de las más altas montañas, en valles profundos, en cañones, en mesetas… cualquier lugar interesante era explorado a conciencia.

Las muestras que recogimos en esos meses de exploraciones tendrían a cualquiera ocupado durante años, por lo menos. Pero por suerte contaba con un buen y numeroso equipo de ayudantes, pese a que tenía otras cosas más acuciantes en las que ocuparlos. Los geólogos estábamos siempre atareados, desbordados de trabajo, daba igual si hubiese vida o no. Y ahora además de los datos que tomábamos desde la órbita de las quince lunas, también tendríamos que analizar el equivalente a un pequeño planeta en tan solo dos meses.

A todas luces era imposible, aunque por lo menos intentábamos que nuestro estudio general y los informes que enviábamos cada semana fuesen siempre todo lo exhaustivos que pudiéramos. Sin embargo los ecólogos estaban, por fin, ligeramente ocupados. Aunque al principio solo habían encontrado unos cuantos microorganismos primitivos, localizaron bajo unas rocas una especie de “organismo superior”. Cuando lo anunciaron por toda la nave nos quedamos a cuadros. ¿Tanto revuelo por una especie de moco trasparente? Pero no podíamos quitarles mérito, era una forma de vida muy curiosa y extraña, que por lo pronto llevaba el nombre del joven ecólogo que la encontró. Seguro que la analizarían a fondo, pero para mí, con todo el trabajo acumulado que estaba esperándome en mis laboratorios, no me atraía el tema en lo más mínimo.

Aunque era el responsable superior de la expedición geológica, no estaba en el espacio exterior por amor a las emociones, la exploración o tan siquiera el de la investigación pura en pos de descubrimientos. Estaba allí, como tantos otros, para mejorar aún más en mi expediente de meritos y poder ascender de categoría u optar a algún puesto superior, como una cátedra de exogeología en alguna universidad de un sistema principal, aunque me conformaría con la de algún sistema periférico. Por lo menos, esperaba no seguir en una solitaria oficina de una empresa minera o destinado como un oficinista técnico cualquiera en el consejo general de cualquier sistema colonial. Pero había unos pocos que se dedicaban a ello porque les encantaba aquel trabajo.

Dilen, por ejemplo. Era la navegante principal y la jefa de cartografía estelar de la Cassia, llevaba en ese puesto durante casi quince años. Le encantaba calcular las orbitas de nuevos planetas por primera vez y poder trazar nuevas rutas por el espacio inmaculado y sin trafico estelar de aquellos sistemas. Por las noches se quedaba mirando por la ventanilla de mi camarote hasta que se dormía. Yo era incapaz de pensar así. Quería más, aunque no sabía de qué. En cuanto volviese al puerto tendría que hablar con mi asesor psítico.

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Tras dejar atrás Preco5 y dar un largo rodeo orbital, llegamos a los límites de la zona interior. El cuarto planeta difícilmente albergaría vida. Era una roca fuera de la zona de habitabilidad factible. Fría, con escasa atmosfera y poca gravedad. Si acababa siendo viable la colonización del sistema, Preco4 necesitaría un proceso costoso y largo de adaptación para su colonización. Y pese a todo, con seguridad no podría soportar una población muy numerosa si finalmente se llevaba a cabo la transformación.

Solo estuvimos en aquella orbita un mes. No había necesidad de más. Era casi todo una llanura de rocas sedimentarias. Había algunas excepciones, por supuesto, pero al no tener indicios de que hubiese nada importante y, por una simple corazonada, dejé la exploración del planeta a cargo de mi segundo, que se pasó el mes yendo y viniendo a varias expediciones sin apenas resultados.

Por mi parte, pude aprovechar ese tiempo para empezar a analizar las muestras que recogimos en Preco5D. Me seguía preocupando la fuerte gravedad de la luna, sobre todo en comparación con su reducido tamaño. Así que durante dos semanas busqué trazas de metales pesados, minerales radioactivos o de cualquier cosa que pudiera explicar esos niveles de gravedad, pero pese a todo, no pude encontrar nada especialmente raro.

Las muestras eran casi todas de rocas con una alta concentración de hierro, titanio, iridio, platino… Metales relativamente escasos y en una concentración mucho más alta de lo normal, pero no había ninguno particularmente raro. De todos modos, con tantos metales pesados, acabaría montándose una colonia minera. Solo con la riqueza de esos yacimientos ya se compensaría el tiempo y recursos gastados en la exploración y colonización del sistema.

Varios días después envié un informe preliminar, no era un análisis completo de la luna, ya que me faltaban por analizar infinidad de muestras, pero en un principio había más reservas de metal en esa luna que en cualquiera de las mayores colonias mineras del resto de la Federación.

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Desde hacía muchos meses todos los sensores y sistemas de comunicaciones estaban alerta, escaneando todos los planetas del sistema. Pero excepto el ruido de fondo de los gigantes gaseosos y los erráticos pulsos magnéticos de la estrella del sistema, no detectamos nada. Ni ondas de radio, ni haces laser, ni perturbaciones de campos cuánticos… nada. En realidad eso no quería decir que no hubiese vida inteligente, sino solo que no la detectábamos.

Esta ausencia de indicios tecnológicos no impedía que, mientras nos acercábamos velozmente a Preco3, se acrecentara la excitación de los ecólogos. El que no hubiese nada tecnológico o inteligente no implicaba que no hubiese vida. No sería esta vez la en la que nos topásemos con vida inteligente no humana, pero un ecosistema complejo no se descubría todos los días.

Hacía meses que se había analizado la atmosfera, no se podía respirar, era letal para los seres humanos e incompatible con nuestro ecosistema. Había oxigeno, nitrógeno y demás gases inocuos, pero tenía una alta concentración de cianuro amónico en el aire que la hacía irrespirable.

Las fotos y vídeos del telescopio revelaban desde hacía semanas un planeta de un color azul verdoso casi uniforme, con relativamente poco terreno firme y unos gigantescos casquetes polares de color verde muy claro. Era frio, pero soportable. Sobre los 10 grados de máxima en el ecuador del planeta, aunque claro, solo eran mediciones de unos pocos meses y, por supuesto su precisión no era muy alta.

Cuando finalmente tomamos tierra (curiosamente éramos los mismos que bajaron en la luna de Preco5), un idílico paisaje de playa tropical nos dio la bienvenida, solo que en esta playa estaba nevando. Era una nieve con un ligero matiz verde y se derretía en cuanto tocaba el suelo, sin acabar de cuajar. Por suerte, la presión en el planeta era lo suficientemente alta como para no tener que utilizar trajes presurizados, y solo llevábamos respiradores, filtros y una capa de ropa aislante de última generación. En general, estábamos mucho más cómodos que los trajes presurizados de las otras expediciones y no tuvimos los problemas que los otros trajes acarreaban.

Tras unos pocos minutos y varias pruebas después, comprobé que mi intuición no me había fallado. El cianuro amónico no solo estaba muy concentrado en la atmosfera, sino que también lo estaba en el agua y el suelo. La tierra de ese planeta era completamente improductiva. El agua era otra historia. Podría filtrarse y purificarse sin demasiados problemas.

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La primera semana, todo fue muy rutinario y aburrido. Las muestras de los pequeños continentes eran muy similares y no revelaron nada más que trazas de minerales y elementos útiles. Pero nada importante. El suelo podía considerarse como yermo y sin valor de ningún tipo.

Ninguno de nosotros nos sorprendimos cuando los ecólogos solicitaron modificar cuatro lanzaderas para utilizarlas como buques de superficie. Tras peinar los continentes encontrando solo plantas y algún que otro insecto, pretendían explorar las profundidades del océano para comprobar que tipo de inquilinos se alojaban en aquellos océanos. Desde luego yo había aprovechado y, ya que estaban por la labor, les pedí que acoplaran una sonda para estudiar la orografía submarina.

A los tres días, y aunque seguíamos recibiendo datos de todas las sondas, no regresó ninguna de las lanzaderas, pese a tener programado su reabastecimiento y la rotación de la tripulación. Preocupados los llamamos varias veces, pero no contestaban. Como las balizas funcionaban, conocíamos sus posiciones, el jefe de seguridad mando una lanzadera con personal militar para que averiguaran que pasaba.

Yo me enteré al día siguiente, pero los ecólogos y técnicos que habían bajado, así como el piloto no querían volver a la Cassia. Los soldados tuvieron que reducirlos a la fuerza y llevarlos hasta la enfermería de la nave, donde hubo que sedarlos por sus violentas reacciones y recriminaciones. La misma tarea se repitió para las otras tres lanzaderas y, de un plumazo, la expedición se quedó con menos de la mitad de sus ecólogos. Al día siguiente, los soldados y el piloto que habían bajado a rescatar a los equipos aislados, comenzaron a comportarse de manera rara. Gruñían por todo, estaban irritables, malhumorados y en su cara se veía una expresión ausente.

El resto de las cortas expediciones, que se seguían realizando bajo exhaustiva supervisión, no parecieron afectadas, al principio. Conforme pasaban los días y poco a poco, empezaron a tener un carácter más irascible y violento. De hecho estallaron algunas peleas en el comedor y los pasillos que el destacamento de seguridad tuvo que contener, aunque difícilmente lo lograron. Pero para aquel entonces, ya tenían otros problemas.

Los soldados que habían rescatado a los ecólogos, habían pasado de un estado de paranoia ligera a una completa y total furia asesina. Exigían voz en grito que los devolvieran al planeta, y por muy aislados que estuvieran, a veces se escuchaban sus alaridos en por los pasillos vacíos de la nave.

Llegados a ese punto, se suspendió toda bajada al planeta. Los médicos estaban desconcertados, físicamente estaban bien. No había toxinas, ni venenos, ni ningún tipo de agente extraño en el cuerpo de los afectados. Lo único anómalo era su proceso mental y su química cerebral. Según todos los análisis, padecían un claro desequilibrio en los neurotransmisores cerebrales, además de una sobrecarga en el sistema nervioso y otros indicadores más sutiles, que se fueron descubriendo con el tiempo.

La mayoría de nosotros ya casi no salíamos de los laboratorios o de nuestros camarotes. Moverse por los pasillos de la nave, si bien no era más peligroso que de costumbre, producía ahora una desagradable sensación de incomodidad y peligro. Los alaridos y gritos no ayudaban para nada a calmarse, y cada vez iban a más.

De todas formas teníamos mucho que hacer sin bajar al planeta y podíamos seguir obteniendo datos desde la órbita del mismo. No eran tan buenos ni exhaustivos como si tuviésemos muestras físicas, pero servían y aunque no fuesen del todo precisos, eran bastante fiables.

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Cuando se nos convocó a una reunión de urgencia, Mercutio Elam estaba casi al límite de la desesperación. Nadie tenía ni idea de por qué pasaba eso, los médicos estaban desconcertados y no tenían ni idea de las causas, los militares ya apenas contaban con efectivos y los técnicos estábamos sobrepasados de trabajo. En la reunión se nos explicó casi todo lo que había sucedido antes y después de las primeras “infecciones” – seguían llamándolos así pese a que no se había detectado ningún tipo de agente infeccioso-.

Los primeros afectados habían estado en alta mar durante toda su misión, que básicamente había consistido en pases largos y continuados por largas zonas de mar abierto. Arrastraban sensores pasivos y activos de varias clases: emisores de pulsos, escáneres tridimensionales, sonares de varios tipos… Además también capturaron varias muestras vivas de especies foráneas para su estudio, conservación y, en algunos casos, posterior vivisección.

Los siguientes en verse expuestos fueron los que se encargaban de exploraciones similares pero cerca de la costa. Habían obtenido más resultados que las primeras, perfilando el suelo arenoso del lecho, tomando mejores muestras y descubriendo unas estructuras geológicas de una piedra porosa, una geometría casi perfecta y varias decenas de kilómetros de lado.

Finalmente también se vieron afectados los que estaban destinados en la propia costa con exploraciones en terreno firme, principalmente en busca de nuevas especies y equipos de prospección para la toma de muestras geológicas. Personalmente tuve mucha suerte, iba a participar en una de esas expediciones costeras, pero acabé dejándoselo a Zerien y a su equipo. Ahora estaba atado en una sala de aislamiento tras intentar abrirle la cabeza a uno de los pilotos y su equipo estaba sedado o recluido por su comportamiento errático y violento.

También estábamos los que no nos habíamos expuesto, pese a haber estado en el planeta. Un pequeño grupo y yo bajábamos regularmente a la mayor cadena montañosa del planeta. Tras dos días de trabajo constante al borde de varios precipicios y una vez en la nave, no demostramos ninguna muestra del trastorno que sufrían los demás, así que optaron por dejarnos libres, pero vigilados.

Mercutio acabó ordenándonos que dejásemos la cartografía por el momento y nos centráramos en relacionar los casos con los datos que teníamos. Tras varios días de investigación, fue un joven soldado al que se le ocurrió analizar los puntos de infección como si fuese un despliegue militar. Las infecciones coincidían con un patrón de movimiento de guerrillas que, según él, había estudiado en la Academia.

Esto puso casi histérico al Jefe de Seguridad, que rápidamente intentó que se adoptara un plan de acción muy agresivo y llamar por refuerzos. Pero Mercutio acabó decantándose por otro, al parecer más conservador y menos belicoso, aunque le comunicó al Comando de la Flota todos los datos obtenidos. Todos sabíamos que los militares tenían planes de contingencia para cualquier situación. Era su trabajo, pero que tuviesen múltiples planes de acción para, seguramente, todos los tipos imaginables de primeros contactos era cuando menos preocupante.

La respuesta no se hizo derogar, en varias horas llegó el mensaje en respuesta desde el Comando de la Flota, el Consejo Federal Supremo ya estaba reunido. Al no haber confirmado un Primer Contacto y ser solo la suposición de un soldado, coincidían en lo preocupante de los datos, se nos ordenó obtener más información por todos los medios que Mercutio estimara necesarios. Pocas horas después, tras comenzar a trabajar en los ajustes necesarios a varias sondas que aún no habíamos lanzado, llegó la confirmación del Consejo Supremo. Mercutio tenía una Hoja Blanca.

Nos quedamos helados. Pocas veces se le había concedido Hoja Blanca a un solo regis y la más sonada había sido durante el Conflicto de Terea, donde todo aquel sistema central había sido afectado por perturbaciones gravitatorias extremas y el necesario realojamiento de casi tres mil millones de personas. Ahora le daban una Hoja Blanca a Mercutio, y podía disponer por completo de nuestras vidas y de todo lo que quisiera sin reproches posteriores.

Además nos enviaban un Grupo de Combate Completo y su fuerza adjunta para cubrirse las espaldas. El problema era que, si bien las naves rápidas podrían llegar en apenas once o doce días, vendrían todas juntas y los acorazados no destacaban precisamente por su velocidad. Estaríamos solos en aquel sistema hasta por lo menos dentro de cuarenta días. Y eso solo si forzaban mucho los motores.

De todas formas, todos teníamos plena confianza en Mercutio. No se alcanzaba su categoría siendo un desalmado ni tomando decisiones precipitadas. Fuese lo que fuese lo que causaba aquellos síntomas, estaba en el gigantesco océano del planeta y pensábamos encontrarlo y averiguar qué había pasado con exactitud. A los dos días las sondas subacuáticas estaban listas para ser arrojadas al agua desde una lanzadera, cosa que se hizo de inmediato.

Pero mientras las lanzaderas estaban fuera, pasó algo. No sé como lo hicieron. Y la verdad es que ahora ya no importa. Los infectados consiguieron escapar y acceder al puente de mando de la Cassia, haciéndose con el control y la navegación de la nave, que ahora se encontraba en un ingreso de emergencia en Preco3.

La Cassia no estaba diseñada para ingresos atmosféricos, las estructuras auxiliares de comunicación y exploración comenzaban a derretirse bajo las altas temperaturas del plasma que ahora rodeaban la nave. Los temblores en todas las cubiertas eran brutales y no había manera de permanecer de pie pese a la gravedad artificial.

Por las ventanas de observación se veía un fulgor naranja y azulado que se agrupaban en temblorosas líneas iridiscentes. El fuselaje estaba comenzando a brillar y ninguno de nosotros sabíamos si los módulos de laboratorios aguantarían intactos.

El choque con el océano no fue precisamente suave, hubo muchos heridos y varios muertos.

***

Nadie vino a por nosotros y estuvimos encerrados durante muchas horas en aquel módulo. Intentamos por todos los medios abrir los mamparos, pero estaban bloqueados y sin energía. Por las ventanas vimos como nos hundíamos poco a poco en las profundidades del mar. La nave tenía una vía de agua y empezaba a pesar cada vez más.

Cuando finalmente tocamos fondo muchas horas después, la estructura tembló y resonó como una gigantesca campana, pero por suerte las ventanas no se rompieron ni agrietaron. A lo lejos y por ellas pudimos ver uno de aquellos afloramientos rocosos tan regulares que habíamos descubierto hacía tan solo una semana.

No había manera de salir de aquel módulo y, mientras intentábamos prepararlo todo para mantenernos con vida hasta que llegara el grupo de combate, la energía falló y la gravedad artificial se apagó. Fue algo singular. Hasta ese preciso momento, las mesas, documentos y muestras estaban desperdigadas por el suelo, pero uniformemente repartidas, pero cuando el campo de gravedad se interrumpió, fue como si un gigante le pegara una patada a la habitación, lanzándolo todo de una vez hacia una de las esquinas.

El desorden desapareció, pero a costa de perder toda superficie de apoyo, los suelos se transformaron en paredes, los techos en paredes, las paredes… siguieron siendo paredes. Ya casi no podíamos movernos. Durante días estuvimos allí inmovilizados, pero lejos de desesperarnos cada vez estábamos más tranquilos y relajados.

La muralla de roca que se veía por el cristal era lo más bello que había visto en mi vida, pero palidecía al lado de la gracia sobrecogedora de las criaturas que ahora nadaban entorno a la Cassia. No podíamos dejar de mirarlas. Su piel gris e iridiscente, su cola con tres aletas y sus brillantes ojos verdes se podían distinguir con toda claridad al otro lado del cristal. Y su voz, aquella magnífica voz resonando a través del casco de la nave con un dulce y agudo sonido.

No podíamos dejar de mirar por la ventana.

No queríamos dejar de mirar.

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