Incunable


Cuando por primera vez vi uno de aquellos libros, me quedé prendado. Es bastante normal que alguien de mi profesión coleccione objetos, pero generalmente son meras curiosidades sin valor de los planetas que visita. Yo colecciono libros impresos y antiguos, solo primeras ediciones. Aunque reconozco que es tremendamente complicado conseguir una colección decente, ya que los pocos ejemplares que verdaderamente merecen la pena están a buen recaudo en los museos, pero la sensación de plenitud que da encontrar uno accesible no se puede comparar con nada y compensa con creces el esfuerzo invertido para conseguirlos.

Aquel viejo libro que vi, impreso en papel amarillento y desgastado, con las duras tapas de un verde apenas perceptible me cautivó nada más verlo. Solo lo tuve a mi alcance durante un par de semanas, mientras su dueño lo transportaba a otro planeta y no pude volver a verlo en bastantes años. Pero ahora lo tengo a buen recaudo en mi camarote.

Me costó horrores encontrarlo de nuevo, y aún mas convencer a aquel viejo comerciante cabezota para que me lo cediese. Y eso que no era un ejemplar especialmente valioso, ya que aún se conservaban muchos ejemplares originales de aquella primera edición. Sin embargo lo tengo en gran estima por haber despertado mi afición pese a no conocer el arcaico idioma en el que estaba mayoritariamente escrito. Inglés, creo que se llamaba. Unos meses antes de conseguirlo, pude encontrar una versión traducida que leí de inmediato. La historia no era gran cosa, pero sus escenarios, personajes irreales e imposibles, sus sucesos épicos estaban tan bien definidos, que me cautivó al instante. Además el tenerlo impreso me daba una sensación indefinible que me atraía sin remedio.

Llevábamos cerca del frente de choque de aquel sistema binario casi cincuenta horas. Era bastante polvoriento, no tenía planetas, no parecía tener base militar alguna y era perfecto para el intercambio que teníamos pensado realizar, porque estaba en la difusa zona que no se podría considerar parte de la Federación, ni de los piratas, ni de nadie en realidad.

- Capitán, hemos detectado la señal acordada por sublum -, dijo Tereo, mi oficial de comunicaciones-. Parece que aun no nos han localizado.

- ¿Y los nanosats?-, le pregunté mientras me apartaba del ventanal del puente y me acercaba al mapa que se había formado en el centro del mismo.

- El polvo molesta, pero conseguimos captar una nave en latente, seguramente un crucero, tras una pequeña roca de hielo con orbita excéntrica. Justo aquí, a 582 gigámetros[1] de nuestra posición-, dijo mientras un minúsculo asterisco rojo se materializaba en medio del mapa con sus características encima-. Pero la señal que captamos está en un lugar claro-, y un pequeño icono rojo apareció a cierta distancia. Una línea blanca y a trazos se extendió entre ellos con un 69 Gm claro flotando encima.

- Seguiremos en navegación silenciosa por ahora. Buscad por los pasivos cualquier emisión y soltad otra tanda de nanos más. No podemos arriesgarnos a que nos tiendan una emboscada.

- De inmediato-, dijeron todos a coro mientras seguían trabajando en sus estaciones.

En este viaje transportábamos un cargamento de células energéticas desde Ceti a Kushiro. Teníamos bastante prisa, así que no podía arriesgarme a perder demasiado tiempo con los piratas. Sobre todo porque no deberíamos pasar cerca de ese sistema. Si nos atacaban y conseguían dañar mínimamente mi nave, no podría encubrir mis encuentros con ellos y, sin beneficios, me revocarían la Licencia de Comerciante No Asociado que tanto me había costado ganar. Pero peor sería que nos atacaran y nos capturaran, incluso peor que la muerte.

Había estado en el servicio activo de la Flota desde que tenía dieciséis años, así que sabía muy bien cómo se las gastaban los piratas y como tratar con ellos pese a no ser diplomático. Son brutales, avariciosos y traicioneros, esperando tornar los tratos a su favor. Es cierto que cada pirata tenía sus gustos personales, pero existían ciertas “mercancías valiosas” comunes a todos ellos, y en general las más valiosas de las mercancías eran los ingenieros y técnicos especializados de la Federación, seguidas muy de cerca por las propias naves federales y sus mercancías.

Durante años y mientras estuve en la Flota, piloté desde cazas y bombarderos tácticos hasta interceptores pesados, la mayor parte de las veces sin tener que luchar, pero había participado en sangrientas batallas defendiendo planetas de la brutal incursión de los piratas. Hasta que me cansé de ver morir a mis amigos.

Así, que a los veinticuatro dejé la Flota para unirme al sector civil y durante años trabajé para InterFlete, uno de los mayores consorcios de transporte de mercancías, pero también acabé cansándome de ellos ya que, pese a que llegue a comandar una nave interestelar, no podía decidir a donde ir. Siempre las mismas rutas y los mismos planetas. Nunca cambiar el destino y teniendo que obedecer las órdenes de la cúpula directiva.

Por eso acabé registrándome en la Cooperativa de Comerciantes Independientes con varios amigos míos. Y tras muchos esfuerzos conseguimos que nos asignaran la Versta, una nave comercial que llevábamos utilizando más de nueve años para trabajos y transportes “poco comunes”.

- Bien ¿Novedades?-, pregunté tras varias horas de espera.

- Capitán, nos hemos acercado lo suficiente como para captar dos pequeños cazas moviéndose en torno a la baliza que emite la señal. No captamos nada más-, dijo Ealen, mi navegante jefa-. Pero seguro que no es lo único.

- Bien. Hagamos algo de ruido. Reactores a plena potencia y rumbo a la baliza-, ordené con calma-. Comenzad a cargar los condensadores de salto. Tereo, manda el mensaje acordado por haz directo a la baliza y seguid buscando más contactos. Estaré en mi camarote.

Abrí la puerta y entré en mi camarote a paso rápido. En las paredes, encerrados en bloques transparentes y herméticos, mis libros me recibieron con sus páginas abiertas. Tenía ya ciento cuarenta y nueve libros, y aunque los argumentos y situaciones de la mayor parte eran extraños, incomprensibles o absurdos, todos y cada uno de ellos me fascinaba. Desde luego no sabía leer todos aquellos arcaicos idiomas, pero había logrado que me los tradujeran, por lo que me pasaba las horas muertas leyendo y releyendo las historias mientras observaba de reojo las páginas de los libros que permanecían encerrados y protegidos en el vacío inmutable de aquellas vitrinas.

Pero en esta ocasión, algunos de mis socios no les parecía bien lo que nos habían pedido por el que iba a ser mi libro número ciento cincuenta y estaban francamente preocupados de que mantuviéramos esa clase de contactos con los piratas, pero a mí me seguiría pareciendo una ganga aunque tuviese que pagar cincuenta veces más.

- Capitán. Nos envían saludos e indican que procedamos al punto de encuentro acordado-, sonó por el comunicador de mi mesa.

- Trace el rumbo más rápido a la baliza.

- Tardaremos aproximadamente treinta y nueve horas, capitán-, dijo tras un buen rato.

- Bien. Estad atentos. Quiero que todo esté listo para el salto con tiempo de sobra. Vuelvo al puente en nueve horas.

- Iremos bastante justos, capitán. Pero lo conseguiremos-, dijo.

Varias horas después, y tras un necesario sueño, volví al puente con media tripulación, para poder tenerla fresca y descansada para los inconvenientes que seguro que surgirían. A todavía doce horas de la baliza y mientras decelerábamos, llego un mensaje desde ella. Un hombre con múltiples cicatrices en la cara y una capa con hombros rígidos y brillantes, aparecía sentado en un trono dorado y reluciente, con varias mujeres y hombres semidesnudos a sus pies y con un acento muy fuerte y gutural que delataba sin lugar a dudas que no hablaba en su idioma natal, dijo:

“Jaludoj, Verjta. Habéij tardado máj de lo convenido y por ello caji lográij que me impaciente-, dijo mientras pateaba a una de aquellas pobres mujeres, que gimió ligeramente y se acurrucó-. De todoj modoj jupongo que traéij el pago convenido. Por mi parte no entiendo el valor que le encontráij a ejte objeto en concreto, pero joij voj quien paga. Aquí lo tenéij y en perfecto ejtado, tal y como acordamoj.”

Un hombre fuertemente armado apareció en pantalla y con una inclinación de cabeza abrió la maleta y pude ver su contenido. Allí estaba, encerrado en un bloque macizo y transparente, un solo tomo de tapas marrones, oscuras y gruesas. En la tapa que quedaba a la vista se podían ver grabados con precisión varios rectángulos y en el lomo del mismo nueve tiras reforzaban el libro y le daban un aspecto duradero y característico. El papel era ligeramente amarillento y grueso, con las esquinas algo gastadas y ennegrecidas por el uso.

Con fuerza agarré los brazos de mi sillón hasta que los nudillos se me pusieron blancos e intenté contener mi ansia por conseguirlo, agradeciendo que no fuese una conversación y pudiesen ver mi reacción.

- Tengo un mal presentimiento. Ealen, prepara programas para un salto de emergencia desde la zona de la baliza y también para aquí, aquí, aquí y aquí-, dije señalando cuatro puntos entre la baliza y el cometa dormido en el mapa del puente.

- Podría tener saltos duros para todos en dos o tres horas, pero si despierto al resto del equipo ahora, podríamos tenerlos bastante afinados en seis o siete horas, capitán-, dijo tomando notas y poniéndose manos a la obra en su estación.

- Despierta a quien necesites e intenta afinarlos todo lo que puedas. Si tenemos que saltar tan cerca de esa roca lo pasaremos mal-, le dije mientras salía del puente.

Bajé por la suave rampa del centro de la nave y avancé por el pasillo hasta la zona de ocio, justo en la proa de la nave. Como siempre, los cuatro escoltas que la cooperativa nos había proporcionado estaban allí. Eran una panda de vagos que solo sabían pasar el rato haciendo ejercicio o intentando ligarse a mis tripulantes.

- Buenos días, capitán Hamede ¿Quiere unirse a la fiesta? Seguro que Irane le tratará muy bien.

- O por lo menos no le haré mucho daño-, sonrió sádicamente la mentada.

- Aunque que me encantaría disfrutar de la compañía de Irane, creo que tiene mucho trabajo-, dije dejándome caer en uno de los sillones y recostándome cómodamente en él.-. Y vosotros también. En unas once horas nos reuniremos con la “Listig Tjuv”, un crucero pirata con el que tenemos un trato que cerrar.

- ¿Pero qué…?

- Nadie nos dijo que contactaríamos con piratas-, dijo Irane indignada-. Eso no estaba en el contrato.

- ¡¿Y si no para que os creíais que os queríamos aquí?!-, les grité-. ¿Para gastar nuestra comida y que paséis el rato aquí? Esto es la frontera, nena. Por mucho os quejéis, vamos a encontrarnos con ellos y a comerciar como ya hemos hecho otras veces. Además, y por si no lo habéis notado, estáis en medio de ninguna parte, literalmente. Si queréis volver de una pieza, será mejor que os preparéis para lo que pueda venir. Ah, otra cosa. Esto sí que está en vuestro contrato.

Se quedaron en silencio mirando con ojos inexpresivos, el negro abismo que se extendía tras las ventanas de observación. Tres de ellos comenzaron a sudar, pero Átilo sonrió sutilmente y me miró de reojo.

- Perdone a Irane, capitán, pero no tiene experiencia de combate real. Ninguno de nosotros la tenemos en realidad, por eso estamos aquí y no en un lugar más cómodo-, dijo y mirando a sus compañeros añadió-. Este trabajo está bien, es tranquilo y suele ser cómodo, pero imaginad lo que lograríamos si en la próxima evaluación pudiésemos incluir aunque fuese una sola hora de combate real…

Los otros asintieron y se levantaron en silencio, solo Átilo se quedó conmigo y cuando los otros nos dejaron me preguntó.

- Lo de la experiencia de combate está muy bien, pero… ¿podremos demostrar que la hemos obtenido legalmente? ¿O este trato no está autorizado?

- La verdad es que preferiría que no la obtuvieseis. Esto es una nave de carga, no de combate, no pretendo pelear contra nadie…

- ¿No creo que sea por miedo?-, me cortó-. Pero no me ha respondido ¿El trato que tiene con los piratas es legal o no?

- Mira hijo, he luchado contra los piratas más veces de las que me gustaría. Para lo único que os necesito es para que estéis presentes y que las cosas no se desmadren... Si es necesario pelear, una nave de carga no duraría ni una andanada contra un crucero de combate y menos si nos disparan a quemarropa, como sin duda intentarán hacer. Así que no te preocupes, haced vuestra parte que yo haré la mía. Y si no cumplís, yo mismo os echaré de mi nave a patadas y sin traje.

Sin más me levanté y fui, primero a las bodegas y luego al núcleo de maquinaria para comprobar que todo estuviese listo para el intercambio. Todo en la Versta estaba a punto, la tripulación preparada. Solo quedaba esperar. Pero no tuve que hacerlo mucho hasta que hubo noticas de los corsarios.

- ¡Capitán, los cazas toman rumbo de intercepción y nos envían un mensaje modificando el punto de enlace!-, exclamó Tereo-. Tenía razón, nos atraen cerca de la órbita del cometa dormido.

- Cada vez tiene peor pinta… ¿Tiempo para intercepción?

- Cuatro horas hasta el punto de encuentro, capitán. Los cazas nos alcanzarán allí. El punto de salto más cercano es el tercero, pero con este rumbo estaremos fuera del margen de seguridad de los cálculos,- dijo Ealen señalando el punto en el mapa, que mostró los gráficos del salto previsto-. Podría ajustar nuestra ruta para acercarnos y entrar en la zona de salto calculada, solo serían treinta minutos más…

- No, podrían sospechar-, negué taxativamente-. Tienes tiempo para ajustar los puntos de salto a nuestra ruta actual. Mantened en memoria los viejos por si acaso. ¿Se mueve ya el crucero?

- Aún no, capitán. Pero si quieren llegar al punto de enlace a tiempo, tendrán que empezar a moverse de un momento a otro.

- No lo harán, tendremos que ir al cometa y hacer el intercambio sobre él ¿Qué os apostáis? -, les pregunté. Y como nadie dijo nada continué-. Quiero que afines el punto cinto hasta donde sea posible. Voy a revisar los trajes, avisadme si hay alguna novedad.

Se quedaron mirándome mientras salía del puente en silencio, pero no me importó. Pasé las siguientes horas pasándole el mantenimiento a los trajes. No lo necesitaban, pero me ayudó a pensar y tranquilizarme. Cuando me llamaron informándome de que los cazas nos indicaban que los siguiésemos hasta el cometa, simplemente les dije que los siguieran y que Átilo se presentase en el taller.

Cuando este llegó, lo puse al tanto de lo que pensaba que iba a pasar y lo que esperaba de ellos. Y mientras lo hacía, volvía a montar el último de los trajes. Por mucho que intentara disimularlo lo noté preocupado, y sus claros ojos azules seguían entornados cuando lo dejé solo en el taller y me encaminé hacia el puente.

Finalmente acabamos por acercarnos al cometa, de un hielo tan negro que apenas se podía ver a simple vista contra el fondo estrellado, con cuidado de mantenernos en el lado opuesto al crucero pirata, que ya no se molestaba en mantenerse silencioso. Tras varios minutos acabé acordando con el capitán pirata, en encontrarnos personalmente y con solo dos escoltas en superficie. Yo bajaría los dos contenedores con el pago, y ellos me darían la caja con el libro. Ambos los comprobaríamos en presencia del otro y acto seguido nos marcharíamos en nuestras lanzaderas.

- Los chicos ya han cargado la lanzadera con los contenedores que marcaste-, dijo Terune mientras entraba en el puente. Era mi segundo, contramaestre de la nave y amigo desde hacía años -¿Seguro que no prefieres que baje yo?

- Es algo que tengo que hacer en persona. Además es casi seguro que no harán nada hasta que tengan sus contenedores-, le dije con calma-. De todas formas ya conoces el plan. Cuida de la Versta y mantente ojo avizor.

- No bajes la guardia, Ham-, dijo poniéndome el brazo en el hombro cuando salía.

Con el traje puesto y ya en la pequeña lanzadera de carga, Átilo e Irane me escoltaban con las armas entre sus brazos mientras flotaban ingrávidos cerca de la salida y miraban por las pequeñas claraboyas. Durante la hora que duró el viaje nadie dijo nada y en la cabina solo se oyó el suave murmullo de la ventilación, pero al detener la nave y ponerme el casco, Irane y Átilo murmuraron algo en voz baja mientras chocaban el lateral de sus armas ligeramente contra sus cascos.

Las compuertas se abrieron, y los dos salieron de un salto, con las armas apuntando al suelo, pero bien sujetas y listas para disparar, trataban de parecer no demasiado amenazadores. Había visto a muchos soldados de joven, en entrenamientos y despliegues de combate reales y estos dos, aunque oxidados, conservaban el instinto y el entrenamiento de los Ignis. A cien metros vi como un caza corsario se quedaba flotando sobre la ladera de la colina irregular de nieve negra en la que nos íbamos a reunir.

- Han salido tres hombres y se dirigen hacia aquí-, dijo Irane por la radio.

- Como habíamos acordado, capitán y dos escoltas.

- Lo dudo -, dijo Átilo mirando de vez en cuando a nuestro alrededor y oteando paisaje de negro sobre negro que se extendía en todas direcciones-. Lo más probable es que como mucho sea un segundo.

Asentí y esperamos a que llegaran hasta nosotros. Sus trajes eran perfectos recordatorios de la violencia y el sadismo. Seguían siendo muy delgados y ceñidos al cuerpo, como los nuestros, pero encima de los suyos, las placas cerámicas tenían incrustaciones redondeadas y fingidos desgarrones desiguales, queriendo dar la impresión de que podrían aguantar más que sus trajes. El hombre que caminaba en el centro portaba un gran traje gris, de diseño exageradamente recargado y un casco que imitaba con bastante acierto la forma de una calavera plateada. Era este el que portaba el maletín negro que contenía mi ansiado premio.

- Saludos, Hamede Dresde, capitán de la Versta -, sonó por el canal de radio acordado sin el fuerte acento del capitán. Las tres figuras se pararon a cuatro metros de nosotros y poco a poco comenzaron a descender con una lentitud pasmosa hasta posarse suavemente-. Soy Arvid Viggo, contramaestre del Listig Tjuv, y mi capitán me ha encargado que realice el trueque acordado con usted. Aquí tengo su libro, tal y como especificó.

- Saludos, contramaestre Viggo. He traído los dos mil sistemas de guiado y propulsión para misiles tácticos pesados como pago, tal como solicitaron. Quiero comprobar que el libro es auténtico y está en buenas condiciones antes de entregárselas -, dije mientras sacaba lentamente y mostrándoselas, una nanoaguja y un analizador espectrográfico, de un bolsillo de mi traje.

- Es aceptable. Adelante, realice las pruebas que precise-, dio un paso adelante y abrió el maletín.

Allí estaba, tal y como me lo habían mostrado. Pero su aspecto no era suficiente prueba, introduje la aguja en la pasta del lomo, atravesando lentamente el blando pero resistente gel en el que estaba conservado, y apreté el botón bajo las miradas atentas de los piratas y, para permitir que el gel pudiese regenerarse, retiré muy lentamente una muestra microscópica que introduje rápidamente en el analizador.

Tras un buen rato, las graficas que aparecían en mi casco me lo confirmaron, la muestra tenía los materiales adecuados y la degradación mostraba la edad esperada con la suficiente precisión. Así se lo indique y pasé al contenedor que seguía conectado a mi nave para que comprobara el pago, abrí una caja que me indicó al azar y le pasé el contenido, que examinó y comprobó. Salimos del contenedor y mientras flotábamos descendiendo dijo.

- Todo está según lo convén…

Fueron sus últimas palabras. El casco con forma de calavera desapareció en una pequeña nube de vapor rojo, que rápidamente se tornó marrón. Su cuerpo inerte comenzó a girar incontrolado al tiempo que soltaba la maleta y yo me lanzaba a por ella, usando gran parte del propulsor que le quedaba al traje. En el canal privado con la nave y mis escoltas se escuchaban los gritos de Terume:

- ¡Salga de ahí, capitán! Han aparecido puntos de calor en el cometa a menos de un kilometro de su posición, os rodean y se acercan cada vez más.

- Ya nos hemos encargado de los otros dos, capitán-, dijo tranquilo Átilo por radio-. Prepárelo todo, nosotros cubriremos la lanzadera.

Había girado sobre mí y aterrizado sobre la nieve con la maleta entre mis brazos. En aquel blando y oscuro suelo me hundí hasta las rodillas debido al impulso que aún conservaba y con un terrible esfuerzo me lancé hacia la compuerta de la lanzadera, que aún permanecía abierta de par en par. Acerté con facilidad y entré luchando contra el furioso vendaval del aire que escapaba de la lanzadera.

Dejé ambas compuertas abiertas y corrí hacia los panes de carga, donde retiré todos los pasadores de seguridad de los contenedores y los liberé, dejándolos caer libremente sobre el suelo negro. Antes de que llegaran a hundirse en aquella nieve, los motores ya estaban cobrando potencia y yo estaba fijándome al asiento del piloto, tras colocar la maleta en el compartimento que tenía preparado para ella.

- ¡Subid, rápido!-, les grité y no pasó mucho tiempo para que entraran de un salto.

- ¡Despega! -, gritó Irane. Entonces aceleré hacia la Versta a toda potencia y conecté los modificadores de inercia a pleno rendimiento, haciendo que Irane y Átilo cayeran al suelo con un choque sordo.

- Atención, hostiles en intercepción. Seis cazas-, me dijo Terume forzando el frio tono de navegante que tantas veces había usado conmigo-. En alcance en cinco. ¿Dejó el regalo?

- Si, fuego libre. Atraque en seis treinta-, y luego añadí por otro canal-. Chicos, cerrad las compuertas, presurizad y agarraos a algo, esto no va a ser tan tranquilo como la ida.

Si solo se observaba el interior de la cabina, no se podía percibir la dureza de los movimientos ni la velocidad a la que viajábamos. Si, a la ida nos habíamos dejado caer suavemente con los motores inerciales desconectados, ahora esos motores estaban a pleno rendimiento, tal vez forzándolos más allá de lo que sería prudente en aquella pequeña lanzadera.

- ¡¿Pero qué…?!-, exclamó Irane desde una de las claraboyas. Debía haber visto el blanco destello de la bomba que había encerrado en el falso fondo de uno de los contenedores.

- Ham, queda uno en intercepción. Os tendrá en alcance en tres, Hangar despejado y listo.-, dijo Teru por radio. Podríamos llegar a la Versta, pero sería por muy poco.

Ya se podía ver la nave a simple vista, inmóvil contra el fondo de estrellas, con su casco de un gris reluciente cada vez más grande. Pero una gigantesca explosión nos cegó de improviso, hasta que en una décima de segundo los filtros de las portillas se ajustaron automáticamente. Cuando el destello se apagó y mis ojos comenzaron a adaptarse de nuevo y poco a poco volvieron a distinguir las formas, dejándome apreciar como el casco ya no era gris, sino un espejo líquido que ondulaba hasta diluirse lentamente y tornarse transparente de nuevo, dejando ver de nuevo el gris casco de la nave.

Mientras seguíamos dirigiéndonos a toda velocidad al único hangar amigo, volando erráticamente y sin un patrón definido, podía ver como secciones de varios tamaños del casco de mi nave se volvían espejos y ondulaban en el oscuro vacío. Sabía que el escudo contra el polvo de la Versta no aguantaría mucho semejante castigo pese al apaño improvisado. Metí la lanzadera a toda prisa y sin remilgos la dejé chocar contra el freno de emergencia, justo al tiempo para que las compuertas del hangar comenzaran a cerrarse. Y en cuanto lo hicieron del todo, llegó el salto. Y fue uno de los duros.

No me había sacado el casco, y no me hizo falta. Ya estaba acostumbrado a las nauseas, el dolor intenso que te recorría toda la medula, los músculos y a aquel tremendo dolor de cabeza. Tenía unas ganas locas de sacarme el casco y vomitar, aunque mi orgullo fue mayor que estas y logré contenerme. Pero otros no estaban tan mentalizados, demostrándolo al llenar el suelo de la lanzadera del viscoso y amarillento liquido de olor dulzón sin apenas tener tiempo para sacarse los cascos con violencia.

- ¿Qué ha pasado? ¿Estamos muertos?

- Y eso señores, ha sido un Salto Duro-, les dije mientras me sacaba el caso y apretaba los dientes ante el dolor. Sin duda ya estaba viejo para esos meneos-. Saltamos muy cerca del cometa y a saber dónde y cómo hemos salido.

Caminando como pude, me dirigí hacia el puente de mando para comprobar que todo estuviese en orden, intentando olvidar el dolor insufrible de mis piernas y caderas. El pasillo principal estaba clausurado, con compuertas amarillas y negras cada pocos metros, lo que me obligaba a abrir y cerrar las mamparas de seguridad cada pocos pasos. Al subir la rampa de acceso al puente, encontré su compuerta abierta de par en par desde donde podía percibir allí también el fuerte olor dulzón que hizo que me volviesen las nauseas momentáneamente.

- ¿Consiguió lo que quería, capitán?-, preguntó Terume.

- Si, aquí está. ¿Algún problema? ¿Estáis todos bien?

- Casi todos los mecánicos tienen quemaduras eléctricas leves, algunos con contusiones varias y Tereo ha echado la pota. Por el resto está todo bastante bien, no hay lesiones graves y tampoco falta nadie-, dijo con calma mientras me cogía el casco-. El apaño que le hicimos a los escudos con las células de energía nos ha salvado la vida, pero hasta ahora hemos contado veinte emisores quemados, el motor de salto se ha desajustado y hemos tenido que parar el reactor, estamos con energía de reserva. Por lo menos el casco sigue intacto ¿De verdad ha valido la pena correr este riesgo por el libro?

- Si. Ha valido la pena-, dije mientras levantaba la maleta y enseñaba su contenido-. Este libro nos solucionará la vida a todos. Os lo garantizo.

- Solo es un libro viejo, capitán-, dijo Ealen.

- Precisamente. En fin, hay que ponerse al trabajo, ya podremos “repartir” el botín después-, dije cerrando la maleta-. Venga, quiero un informe de daños preciso, situación de los sistemas, transmisiones de la zona y demás. El motor de salto puede esperar, centraos en cartografía y reactores. Voy a guardar el libro y vuelvo.

En mi camarote coloqué maleta sobre el escritorio y la abrí. Aquel viejo libro tenía una vitrina reservada en un lugar de honor que lo esperaba con ansia, digna de su valor e importancia. Pero tendría que seguir esperando un poco más. Cogí el bloque transparente que encerraba al libro y lo metí en mi caja fuerte, con cosas tan mundanas como discos de códigos y los registros de embarque.

Según todos los catálogos federales solo quedaban treinta y cuatro ejemplares de aquel libro, catalogado como “Tesoro Histórico clase AA” y como todos los tesoros de aquella categoría estaban registrados, guardados en los mayores museos de los sistemas centrales y era imposible conseguirlos para los particulares. Pero un día descubrí por casualidad que el ejemplar treinta y cinco estaba en poder de cierto pirata y decidí conseguirlo como fuese. Tras años de investigaciones y una pequeña fortuna invertida en aquellos contactos ilegales, conseguí que otro corsario se lo robara y me lo entregara, aunque no tenía previsto que el trato se tornara en la escabechina que resultó.

Estuvimos varados en aquella zona cinco días, reparándolo todo y preparando el siguiente salto, que fue como la seda y nos dejó a quince días del único planeta habitado del sistema Kushiro. Con casi un mes de retraso, era casi seguro que no volvería a conseguir un contrato con aquel suministrador de células energéticas, pero me daba igual. En cuanto volviéramos al centro, los museos de historia se pelearían por aquel tomo milenario.

Había estudiado en detalle las leyes federales sobre tesoros históricos, descubrimientos, cesiones y demás. También consulté anónimamente a varios juristas en distintos sistemas y averigüé que, mientras se lo cediera a un museo autorizado, podría conservarlo hasta que muriese y a cambio de la cesión, obtendría una compensación de valor equiparable.

Hacía ya varias décadas, un comerciante consiguió un cuadro prefederal que se creía perdido, y gracias a ello obtuvo un par de naves mucho mayores que la que comandaba, un aumento inmediato de categoría para él y algunos de sus oficiales y diversas compensaciones menores para el resto de la tripulación. Y eso que el cuadro solo era un clase B. Cuando finalmente convencí a la tripulación de lo que podíamos obtener por el libro, se quedaron asombrados y se pasaron el resto del viaje imaginando sus recompensas por el botín.

Por mi parte, cuando acabamos con los trabajos urgentes y las reparaciones en ruta, pude dedicarme a prepararlo todo para colocar aquel magnifico tomo de mil doscientas ochenta y dos páginas impresas a doble columna e ilustradas a mano en papel, en aquella vitrina hermética que lo esperaba desde hacía años. Ahora estaba rodeado de más de cien libros impresos hacía milenios, pero ese era el más antiguo de todos ellos y estaba mejor conservado que algunos.

Aquella “Biblia Mazarino”, impresa por Johannes Gutenberg en el planta natal del hombre antes del Éxodo, ahora era mía.




[1] Un gigámetro (Gm) es una unidad de longitud equivalente a 109 metros. Una Unidad Astronómica (UA), la mítica distancia entre la Tierra y su Sol, equivale a 149 Gm.