Insomnia


“Sección veintitrés… Sección veinticuatro… Sección uno… Sección dos…” Ya era la ciento quincuagésimo novena vez que pasaba por la compuerta número uno, daría otra vuelta y completaría diez kilómetros. En realidad eran diez kilómetros y cincuenta y tres metros, pero daba igual, ya se me hacían pocos. Y en aquella maldita nave todo se repetía una, y otra, y otra, y otra vez.

“Sección veintitrés… sección veinticuatro. Ciento sesenta. Una ducha y a dormir”, pensé. Cogí la toalla que tenía atada a la manilla y fui secándome por encima mientras entraba en la pequeña zona reservada para el encargado. Es decir, yo.

- ¿Qué tal el paseo, cielo?-, sonó dulcemente por los altavoces-. La ducha ya está lista ¿Quieres que te prepare algo para cenar?

- No. Ya lo hago yo, encanto. Gracias por ofrecerte-, le respondí como siempre, mientras me quitaba la camiseta sudada y la lanzaba a la esquina junto con el resto de la ropa.

- De nada, cielo-, respondió el ordenador de la nave con suavidad.

- Valla, veo que has llegado al límite de la depravación, Eric-, dijo enfadada mi ex novia, apoyada en el dintel de la puerta del aseo-. Tirarle los tejos a un ordenador. ¡Y hasta le has hecho llamarte cariño!

- Déjame en paz, Linnea, ahora no tengo ganas de que me calientes la cabeza con tus tonterías-, musité enfadado mientras lanzaba mis calzoncillos a la esquina y pasaba a su lado sin notarla.

- Ya empiezas a hacer como siempre ¿no?-, dijo irritada-. Siempre tú. Tus ganas y necesidades son siempre más importantes que las del resto. Y mucho más importantes que tus amigos o incluso que yo. Pues por mi puedes pudrirte aquí arriba tu solo.

Y dicho esto se giró con violencia y desapareció tras el mamparo de mi camarote. Su falda estampada, pareció flotar tras de ella y pude ver como permanecía a la vista unos instantes cuando ya se había ocultado. Apreté los ojos con fuerza y entre en la ducha, cerré la puerta y mientras el agua casi hirviendo me empapaba, comencé a darme cabezazos contra la pared.

- No es está aquí. No es real. No está aquí. No es real-, repetía una y otra vez.

***

El techo negro de mi camarote no me dejaba dormir. Cuando lo miraba, se desvanecía y comenzaba a ver las estrellas, girando rápidamente y el otro lado del cilindro de la nave, fijo e inmóvil. Pero no lo estaba en realidad, y las sombras se movían y deslizaban acercándose y alejándose con mucha rapidez, deformándose sobre el casco. A lo lejos podía ver el sol girando sin parar en un marcado círculo. Pero al parpadear, todo se había desvanecido y solo quedaba la oscuridad absoluta del camarote.

El sonido del sistema de ventilación de la nave era ensordecedor y su zumbido y fuerte ulular, hacían que me doliera la cabeza y no pudiera pensar en nada. Era el ruido más fuerte que jamás había escuchado y no me dejaba descansar. Hasta que, de repente cesaba por completo y sin previo aviso.

Las sabanas me apretaban y sus finos hilos microscópicos se clavaban dolorosamente en mi piel. Quedarme quiero era una pesadilla, pero moverme y restregarme contra aquellas telas brillantes y rasposas hacían que me retorciera de dolor y solo quisiera levantarme. Pero al hacerlo y sentarme notaba que mis sabanas eran mucho más suaves y lisas que cualquier otra tela que hubiese probado antes.

Por el día trabajaba en todo lo que surgía, los experimentos con las cobayas ocupaban casi todo mi tiempo, pero cuando no lo hacía, me entretenía buscándolo, y por la noche corría y hacía ejercicio hasta reventarme y no poder ni moverme. Siempre cenaba ligero y me acostaba rendido y cansado. Listo para seis o siete horas de sueño reparador. Pero no podía dormir. No más de dos horas, al menos.

***

Aturdido abrí los ojos. No tenía ni idea de cuánto había dormido, pero esperaba que fueran al menos tres horas. Los ojos me palpitaban y mi cuello estaba tenso y dolorido. Me estiré en la cama y con los ojos entrecerrados apreté el botón y vi las luces parpadeantes del reloj. 4.52. Sonreí, había conseguido dormir casi dos horas y media por primera vez desde hacía meses.

Sabía que sería inútil seguir en la cama, pero aún así lo intenté. Me giré y estiré. Cerré los ojos y respiré profundamente mientras miraba hacia el techo con los ojos cerrados. Durante mucho tiempo estuve relajado, pero consciente, y noté como las fuerzas volvían a mi cuerpo.

“Al menos no estarás agotado”, pensé, y seguí relajado y tumbado en la cama. Pero me estaba volviendo loco. Notaba como la ventilación rugía con estrépito y parecía querer explotar y dejarme morir asfixiado. Noté como las sabanas rascaban y se hundían en mi piel desnuda. Y noté como el pequeño cilindro de la nave giraba a toda velocidad conmigo dentro.

- Está todo en tu cabeza, Eric-, escuché de pronto. Había sido una voz suave y sensual, que me había acariciado la oreja derecha-. Relájate y duerme. Yo te cuidaré.

No me lo había imaginado, la voz me acarició el cerebro y noté como su suave aliento hasta el último rincón de mi oído, hacía que la piel de mi oreja se tensara y me estremeciera de placer. Me incorporé y pude notar como a mi lado, en la cama, una chica de apenas veintiséis años me miraba semidesnuda y preocupada, recostada a mi lado en la oscuridad casi absoluta del camarote.

- ¿Quién eres?-, le pregunté asustado-. ¿De dónde has salido?

- No te preocupes, Eric. Todo está bien. Túmbate conmigo-, dijo acariciando las sabanas y apoyando su dorado y largo pelo ondulado sobre la cama.

- No puede ser. No eres real. No hay nadie más que yo a bordo-, grité mientras me levantaba de un salto de la cama y encendía las luces.

Al iluminarse por completo la habitación, la chica desapareció. Solo quedaba una cama deshecha, con las sabanas en el suelo y un montón de ropa sucia en la esquina.

- No estás solo, Eric-, escuché de repente, aunque no supe identificar de donde venía el sonido-. No estás solo.

- Buenos días, cariño-, sonó por los altavoces-. ¿Qué quieres desayunar?

- Nada, encanto. Nada-, contesté mientras me daba cuenta que me estaba volviendo irremisiblemente loco.

***

Aquella nave era larga, y esbelta. Aunque tal vez no se le debería llamar nave. Era más bien un misil, un perdigón en realidad, que se había lanzado en las lindes externas del sistema y que se recogería más allá del centro. Y yo estaba allí solo para cuidar del resto de la carga y no de la nave.

Pero cuidar un cargamento de hielo negro y sucio no era interesante. Por muy peligroso e inestable que fuese. Por culpa de la sensibilidad de la carga, no podía usarse un carguero normal y corriente, ni siquiera uno modificado para la ocasión. Todos los modelos estaban descartados ya que, o deformaban el espacio para aumentar su velocidad, o tenían que eliminar (aunque fuese parcialmente) la inercia de la carga para poder moverse, o tenían una aceleración intolerable para la carga. Daba igual. Por culpa de la delicadeza de ese cargamento para la Universidad, llevaba meses metido en la “Imsomnia”, en una órbita de caída libre hacia la estación de investigación que esperaba con ansia el hielo merinitico.

Las muestras ocupaban la totalidad de cuarenta y cuatro de las cuarenta y ocho secciones que tenía la nave y no podía acceder a ellas de ninguna manera. De las otras cuatro secciones dos eran mis dependencias y el equipo de soporte de vida, y las otras dos estaban ocupadas por un laboratorio lleno de cobayas y conejos blancos que utilizaba para realizar los experimentos que aparecían en una lista impresa.

“Sección uno… Sección dos… Sección tres…”, corría otra vez. Todas las noches corría. Hasta reventarme. Lo único que quería era cansarme lo suficiente para poder dormir. Los mamparos aparecían y desaparecían con rapidez. Cada 2.61 metros en el suelo y cada 1.90 en techo, el mismo mamparo de seguridad. Y a ambos lados una puerta de metal cerrada herméticamente con un numero y una letra pintada en ella.

“Sección veintitrés… Sección veinticuatro… Sección uno… Secci…”. Me quedé petrificado. Lentamente me di la vuelta y retrocedí para comprobarlo. La compuerta 24B estaba izada y su cámara estanca abierta de par en par, dejando la sección sin presión expuesta. Era imposible. Sudoroso y con una curiosidad irrefrenable ante la novedad, me asomé y miré a su interior. Solo veía una gran pared de hielo negro, pero al parpadear, todo el panorama cambió de repente.

Una gigantesca caverna de hielo azul oscuro se abrió ante mí. La luz se reflejaba en las paredes, techos y columnas, iluminándolo todo de manera indirecta. No pude resistirlo y entré. Los pies me resbalaban y mi cuerpo sudado desprendía vapor, pero no tenía frio. Miré a un lado y al otro y con fascinación escuché como mis pasos resonaban una y otra vez por la caverna.

Pero cuando parpadeé de nuevo, abrí los ojos mirando al suelo metálico del anillo de acceso, una insistente voz me llamaba.

- Despierta cariño. Te has quedado dormido mientras corrías. Ese no es tu comportamiento habitual.

- Déjame en paz un momento, encanto-, murmuré enfadado. Claro que no era mi comportamiento habitual.

- No le digas eso, se preocupa por ti-, volvió a sonar la sensual voz a mi espalda.

Rápidamente me giré pude verla allí erguida, en medio del estrecho pasillo, con unos pantalones ceñidos y una camisa larga, ambos tan oscuros que hacían parecer blancos sus largos y dorados cabellos ondulados.

- ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? -, grité.

- No soy nadie y no estoy aquí-, dijo mientras se acercaba lenta y delicadamente-. Exactamente lo mismo que tu.

- Yo sé quién soy y donde estoy-, le respondí desafiante.

- ¿Y quién eres? Además de un pobre infeliz -, dijo con una cálida y angelical sonrisa mientras ladeaba la cabeza-. ¿Dónde estás, sino en la nada?

- Aquí no hay nada, pero a donde voy sí que lo hay. En cuanto llegue podré salir de aquí y volver a mi vida normal.

- ¿Qué vida? No irás a ninguna parte. No saldrás de aquí.

- ¡¡Cállate!!-, le grité.

Pero le grité al aire. Allí no había nadie. Allí nunca había habido nadie. Solo estaba yo en la nave. Solo yo y nadie más. Me lo repetía una y otra vez, pero últimamente ya no sabía que creer.

***

Ya no había secciones, solo un sendero recto e interminable que se perdía en el horizonte. Cada paso me llevaba más allá, hacia el final del infinito campo de trigo. Y a mi lado corría ella. Aún no me había dicho su nombre pero ya no me extrañaba que me visitara. Y con sus visitas, ahora se traía ensoñaciones de paisajes y sucesos interesantes.

- ¿No crees que estás empezando a volverte loco?-, dijo sin venir al caso.

- Sé que estoy loco desde hace tiempo-, le respondí de inmediato jadeando por el ritmo que me obligaba a mantener-. ¿O acaso alucinar con que corres por un campo de trigo infinito es de gente cuerda?

Me miró divertida y siguió corriendo sin más. Ni una sola gota de sudor manchaba su perfecta piel o tan siquiera estaba algo enrojecida por el esfuerzo. Su pelo estaba impecablemente recogido en una coleta y flotaba ingrávida tras ella.

- Aun no me has dicho tu nombre-, dije sin darle importancia.

- Te he dicho que no soy nadie-, dijo sonriente-. ¿Cuándo terminas tu viaje, Eric?

- Ya te he dicho que dentro de cinco días comenzará la órbita de frenado y desde ahí cuarenta días hasta la órbita de aproximación final.

- Es peligroso. Hay algo muy peligroso en estos compartimentos-, dijo señalando con la cabeza. Y con ese gesto, los laterales del campo se desvanecieron y las puertas aparecieron flotando a nuestros lados-. Ten cuidado, por favor.

- Lo tendré, no te preocupes-, le dije mientras desaparecía en la nada con el resto de la alucinación. Mientras tanto, seguí corriendo por el interminable pasillo sin tan siquiera aminorar. “Sección doce… Sección trece… Sección catorce…”

***

El acoplamiento orbital había sido un éxito y la nave ya no se movería de su posición en una órbita alta sobre aquella luna densamente poblada. Tras los ruidos de choque y el crujido del metal una luz parpadeó en los paneles de aviso y me hizo recordar que tenía que acudir para abrirles la puerta.

- Siento el retraso pero no estoy acostumbrado a las visitas-, dije como broma. El equipo que fue a recogerme la recibió sin una sola sonrisa. Me miraban expectantes.

Tardé un poco en darme cuenta. Llevaba tanto sin ver a otras personas reales que al principio no me percaté de que no era un equipo normal. Casi todos al otro lado de la compuerta, eran militares. Soldados en sus armaduras de combate que llevaban armas muy cortas pegadas a su cuerpo. Y no dejaban de apuntar a todos lados con ellas… y descubrí que, disimuladamente, dos solo me apuntaban a mí.

- ¿Qué tal el viaje? ¿Se os han hechos cortos los dos años y medio? -, dijo por fin una cara conocida que se adelantó hacia mí. Era uno de los decanos de la universidad, el que me había encargado la misión-. Vuestras investigaciones nos darán muchos datos sobre la merinita.

- ¿Sí?-, no tenía ni idea de a lo que se refería. Solo había estudiado a unas cobayas y rellenado un montón de formularios que aparecían en el laboratorio-. No creo que haya sido para tanto.

- Seguro que sí. Por cierto ¿Dónde se ha metido Kalen?

- ¿Quién?-, pregunté extrañado.

- Kalen, tu mujer. Te acompañaba en la misión. Y nos enviaba informes regulares.

- No conozco a ninguna Kalen. E iba yo solo en la nave a menos que cuentes al ordenador como alguien.

- Eric-, dijo preocupado-. El ordenador de la “Imsomnia” se estropeó hace veintiséis meses, por eso solo enviabais mensajes breves y no podíais hacer llamadas o enviar los resultados de vuestras investigaciones. Y si no fuese por tus constantes mensajes no…

- Te repito que no sé de qué hablas. Solo iba yo en la nave y lo único que hice fue cuidar de las cobayas y realizar los experimentos.

- ¿Qué cobayas? ¿Qué experimentos?-, dijo completamente extrañado. Iba a continuar cuando una voz lo interrumpió.

- ¡Señor, venga a ver esto!-, gritó alguien desde arriba, en el pasillo de la nave.

Fuimos juntos hasta el disco y caminamos hasta llegar junto a los soldados. Una luz parecía brillar desde sus cascos, pero sin iluminar nada en absoluto y señalando la puerta 13B, la abrieron con las armas en alto, apuntando a la cámara estanca que separaba el cilindro de la bodega despresurizada.

- Esa era Kalen, Eric-, dijo con voz queda y llena de estupor-. Lleváoslo arrestado y avisad a homicidios.

Bajé la cabeza mientras me inmovilizaban las manos tras bajar por la escala de acceso. Y mientras lo hacían miré a la derecha y vi que, aunque todos ignoraban a la joven de pelo ondulado que me acompañaba, ella me sonreía de un modo angelical.

- Hola, Kalen-, le susurré sonriendo.

1 comentario:

RICHI dijo...

Me mola!!! y tienes razon es dificil que yo aga una version de esta istoria xd