Herencia




Los pájaros cantaban en las ramas del gigantesco roble centenario y este se erguía en medio de la pequeña isla del jardín. Las aguas del lago estaban tranquilas y reflejaban las pequeñas nubes que permanecían casi inmóviles en el cielo. Bordeando el lago, un prado se extendía con el césped cuidadosamente recortado, con grandes y pequeñas rocas que salpicaban la verde explanada.
Una suave colina se levantaba a un lado del lago y tras ella se alzaba una pequeña edificación de madera y cristal, asentándose tanto sobre tierra firme como sobre la cristalina superficie del lago. Desde los muros del jardín, un sendero de piedra serpenteaba entre los árboles y arbustos cuidadosamente recortados, bordaba el lago llegando finalmente hasta el pequeño pabellón.
Una figura caminaba por aquel sendero. Una figura solitaria y ataviada con un ceñido uniforme gris de gala avanzaba con paso decidido y marcial. En su cuello no brillaba insignia alguna de rango y en su pecho apenas aparecían un par de galones que indicaban sus únicos logros, meramente académicos.
Los ojos de aquella figura observaban la calma absoluta del recinto y, tras cruzar un pequeño y esbelto puente sobre un segmento del lago, pudo ver el pabellón de cristal. Sin embargo, no podía ver su interior con claridad. Estaban polarizados de tal manera que su superficie tenía la apariencia de un lechoso panel de papel, cruzado por suaves ondas de una tonalidad similar. Pese a ello, pudo percibir una oscura silueta arrodillada en el centro de aquella pequeña sala.
Finalmente alcanzó la entrada del pabellón y, con un gesto ensayado, se quitó ambas botas, que dejó alineadas hacia el exterior con rapidez y pulcritud. Avanzó lentamente hasta la puerta traslucida por el pasillo exterior y cuadrándose frente a ella, esperó.
No pasó mucho tiempo hasta que una voz grave surgió del interior del pabellón ordenándole pasar con firmeza. Abrió la puerta y, tras inclinar el torso con respeto, dio un paso al frente y la cerró tras de sí.
El interior del pabellón estaba vacío, o casi. En el centro de la sala cuadrada, sobre el suelo de madera, se encontraban dos grandes cojines rojos y dorados. En uno de ellos reposaba arrodillado un hombre con pequeñas cicatrices que le cruzaban toda la cara y su corto pelo totalmente encanecido. Este permaneció completamente inmóvil y con los ojos cerrados mientras esperaba. A su lado, se encontraba una caja de madera repujada con cantos metálicos y entre ambos cojines, una pequeña mesa de madera. Los ventanales de cristal no impedían la visión y desde los cojines se gozaba de una completa panorámica del jardín de la mansión.
Tras entrar, la joven soldado se cuadró en silencio y permaneció firme, hasta que con un suave gesto de su mano, el fuerte hombre le indicó que se sentara frente a él, lo que hizo de inmediato. Se arrodilló sobre el cojín e inclinó todo lo que pudo. Tras varios segundos se incorporó contempló al robusto hombre que parecía meditar en el medio de la sala.
Aquel hombre apenas aparentaba la treintena y vestía un uniforme negro y ceñido, con los bordes ribeteados en plata. Su musculoso pecho estaba repleto de galones, cintas de condecoraciones e insignias de menciones especiales. En el cuello de su uniforme, un par de insignias iridiscente refulgían indicando el grado de comandante de campo y el cuerpo de infantería acorazada de choque. Uno de los cargos más honorables en una las ramas más peligrosas de todo el ejército federal.
-  Es un honor volver verle, honorable abuelo-, dijo con calma mientras se inclinaba levemente-. Me presento tal y como se me ha convocado.
-  Hola Shizu-, dijo con una profunda voz que intentaba ser despreocupada-. No es necesario que seas tan formal, jovencita. Recuerda que fui yo quien te enseñó a jugar al igo[1] cuando eras pequeña.
-  Perdona -, dijo poniéndose colorada-. Pero no sabía si me había llamado un oficial o mí querido abuelo.
-  Pues tu abuelo, ¿Quién si no?-, dijo con una sonrisa mientras servía dos tazas de un té verde, tan oscuro que parecía negro-. ¿No vas a darle un beso a tu viejo abuelo?
-  Es que ahora pareces mucho más joven. Más joven que papá de hecho-, comenzó a decir con cierta vergüenza al notar que se había sonrojado ligeramente. Además estaba el hecho de que un atractivo oficial superior de los cuerpos de élite le estuviese sirviendo el té a una joven soldado como ella. Y que fuese su abuelo no ayudaba a aportar algo de sentido a aquella extraña situación.
-  Ventajas de los ascensos de categoría. La última vez que me viste aún no era comandante de la IAC y cuando accedes a ese cargo, te ponen a punto-, dijo inclinando la cabeza y alzando la taza de té. Ambos bebieron al tiempo y cuando depositaron las tazas en la mesa, continuó mientras colocaba la primera piedra del juego sobre la mesa-. Pero no te he llamado para hablar de eso. Seguro que has reconocido la caja, ¿no?
-  Si. Es en la que guardabas la Espada-, dijo Shizu continuando con el juego a la vez que notaba como su corazón palpitaba cada vez más rápido y fuerte.
-  Su nombre es Saigonosakura, que significa “El Último Pétalo del Cerezo” en un idioma ancestral-, dijo tras colocar otra pieza y  girarse levemente hacia la caja repujada.
Con ligeros gestos comenzó a manipular las pequeñas figuras que decoraban su superficie. Y tras un sonoro chasquido la caja se abrió y se desplegó sobre el suelo. En ella apareció, sobre un soporte que se extendía desde la caja, una hermosa funda que contenía un antiguo recuerdo que había pasado de generación a generación en mi familia.
Aquella katana había sido forjada en la tierra de Nihon, un grupo de islas de uno de los mares del planeta natal de la humanidad, poco antes de que sus habitantes se viesen abocados al Éxodo. Años atrás, las historias de las aventuras de los que habían portado al “Último Pétalo” habían llenado las tardes de una Shizu más joven, que había absorbido las historias de su abuelo, bastante más viejo que ahora.
-  Esta es tu herencia y serás tú la encargada de continuar la tradición cuando muera. Y aunque con mi nueva juventud puede tardar mucho en pasar a tus manos, también podrían matarme en mi próxima misión -, dijo contemplando la espada en su caja con tranquilidad-. Por eso, y ahora que has entrado en servicio activo, ya no es necesario que tu padre sea su albacea.
-  No lo entiendo-, dijo la joven intrigada-. “El Último Pétalo” ha pasado siempre al primogénito de nuestra familia. ¿Por qué mi padre no es el heredero?
-  Te confundes, Shizu-, recalcó secamente mirándola directamente a los ojos-. No la hereda el primogénito de la familia, sino el primer ignis de la siguiente generación.
De joven, Shizu había tenido pesadillas con los ojos cibernéticos sin iris de su abuelo. Cuando se observaban directamente, parecía que un negro abismo se abría ante ella dispuesto a tragarla y no dejarla salir. Pese al proceso de rejuvenecimiento que había experimentado su abuelo, parecía que este se había negado a que le implantasen unos ojos bioduplicados. Seguramente por lo mismo que se negó a que le eliminasen las cicatrices o le repigmentasen el pelo.
-  Ya qué papá no puede heredarla, ¿Qué hay del tío Senca?-, continuó insistente mientras seguía con el juego.
-  Es un pivum, no un ignis -, repuso visiblemente molesto-. Y tu padre es un regis, de  mis hermanos, uno murió antes de tener hijos y el otro solo tuvo una hija… aqua-, añadió con ligero desagrado-. Tú eres la que sigue y después de ti, tú hermano.
-  No sabía que pensaras así-, dijo colocando una nueva pieza en el tablero, apartada de las demás-. No creo que sea…
-  ¿Apropiado? No me malinterpretes-, dijo mientras ambos seguían moviendo las piezas con rapidez-. Conozco de sobra la valía de todos ellos y créeme cuando te digo que estoy muy orgulloso de mis hijos… tu padre va en camino de ser miembro del consilium planetario y tu tío es el contramaestre de un acorazado. Pocos pueden lograr esos méritos en tan poco tiempo, pero a mi pesar y creo que al suyo también, no son ignis, y la herencia no les corresponde.
-  Me refería al tono con el que mencionaste a los aqua-, dijo distraída mientras cambiaba una ficha de color.
-  Eso… -, murmuró algo contrariado. Colocaron varias piezas en silencio antes de que contestara con un inequívoco tono de desagrado-. No es que crea que no trabajan o que sean malas personas, pero son lo opuesto a nosotros. Indisciplinados, caóticos, superficiales, materialistas… Sé que cumplen con su función en la Federación y sé que son tan esenciales como nosotros… pero solo porque lo he visto. Y con que cumplan con su trabajo, me basta.
-  ¿No te caen bien?
-  La verdad es que no. Pero ese no es un tema apropiado para este momento-, dijo al tiempo que realizaba una agresiva jugada-. Estás aquí confirmándote como la próxima propietaria del “Último Pétalo”. La espada será tuya algún día… aunque lamentablemente no podrás llevarla contigo en tu trabajo, como hicieron hasta hace un milenio y también me hubiese gustado hacer a mí.
-  ¿No será mía?-, preguntó distraída mientras cambiaba de color una línea de las fichas de su abuelo-. ¿Entonces, por qué no podré hacer lo que me plazca con ella?
-  Por la Ley, pequeña-, repuso sin darle importancia al revés que había sufrido en el juego-. La Ley Federal de Tesoros Culturales nos permite conservar la espada solo porque la tradición es, en sí misma otro tesoro cultural casi extinto, ¿lo entiendes, verdad?
-  Entonces, ¿es por eso que podemos reunirnos así? ¿En este… jardín?
-  Exacto y créeme, si no fuese por nuestras obligaciones, nos reuniríamos en el verdadero, y no solo estaríamos tu y yo, te lo garantizo-, dijo sonriendo-. Pero hay que disfrutar de los privilegios que uno logra, ¿no crees?
-  Yo aún no me he ganado ninguno, abuelo-, dijo Shizu moviendo de nuevo con un inocultable todo de vergüenza-. Lo siento mucho, pero no entré en el Cuadro de Honor de la Academia. Ni siquiera pude mantenerme como líder de unidad en mi pelotón. No creo que sea digna de recibir a Saigonosakura.
-  Yo tampoco entré en esa dichosa lista, no te preocupes.
-  ¿Tú? Pero si eres un héroe, tienes más condecoraciones en tu pecho que las que le he visto en los…
-  Solo cumplo con mi deber de soldado, nada más-, dijo molesto -. Y tengo mucha suerte. Mucha mala suerte desde luego, porque cada medalla sale muy cara, te lo garantizo.
-  ¿Hasta las Cruces Rojas?-, preguntó señalando una de las bandas blancas con dos alargadas barras rojas que la cruzaban en diagonal. Tenía siete de aquellas cintas en el pecho, concedidas por la protección excepcional de civiles.
-  Hasta esas-, dijo, se señaló una que estaba casi arriba del todo y dijo-. Toda mi unidad recibió esta mención, pero salvo la mía todas fueron póstumas. Y lo mismo pasó con esta, y esta, y esta… -, siguió señalando distintas medallas en su pecho.
Permanecieron en silencio, jugando al igo durante casi un minuto, colocando y cambiando las fichas con rapidez y agilidad. Finalmente el joven anciano colocó una ficha y transformó todas las fichas que había alrededor de la última que colocó y dijo:
-  Espero grandes cosas de ti, pequeña. Todos los que han portado al “Último Pétalo” han llegado alto.
-  ¿A lo más alto?-, repuso algo distante y con el ceño fruncido mientras pensaba el siguiente movimiento.
-  No. Nadie que la haya empuñado ha llegado a ser un Prima. Aunque lo que sí han hecho ha sido progresar con rapidez-, dijo mientras miraba con curiosidad la jugada de su nieta y comentó-. Muy buena, pero algo tarde pequeña.
-  Deja de llamarme pequeña. Es desconcertante con tu aspecto-, dijo molesta.
-  ¿Shizuka, entonces?-, dijo burlón-. Ese nombre te pega. ¿Sabes lo que significa?
-  Sí, me lo dijo papá. Calmada-, comentó tranquila.
-  Pues que así sigua-, dijo mientras colocaba la ficha que finalizaba el juego ganándolo-. Eres buena y tienes aptitudes. Pero aun te dejas llevar por la emoción. Mantente calmada, mantente serena y con un poco de suerte llegarás lejos.
-  ¿Suerte?-, preguntó mientras miraba como en el tablero sus piezas acorraladas y derrotadas.
-  Suerte, azar, fortuna… da igual como quieras llamarlo. Puedes torcerlo o guiarlo con esfuerzo y tesón, pero no librarse de sus efectos -, miró rápidamente hacia el jardín que se veía en el exterior y comenzó a levantarse molesto-. Me reclaman. Pensé que tendríamos más tiempo.
-  Espera. ¿Cómo recibiré la espada? ¿Dónde he de dejarla cuando esté de servicio?-, dijo Shizu mientras se incorporaba con su abuelo y comprobaba que no era tan alto como recordaba.
-  Temía que pasara esto, por lo que te he dejado una nota bajo la espada, empúñala sin temor, acostúmbrate a su peso y échale una ojeada al libro que la acompaña-, dijo parándose ante la puerta- No es tan glamuroso como una espada ancestral, pero también forma parte de tu legado. Puedes quedarte todo el tiempo que necesites y espero volver a verte pronto, aunque no sea con métodos tan refinados.
Shizuka se cuadró y lo despidió con una reverencia de agradecimiento. Su abuelo sonrió y, mientras cruzaba la puerta comenzó a desmaterializarse en una nube que se pixelaba en bloques traslucidos que pronto desaparecieron.
Se incorporó del sillón de aquel cubículo y con un gesto hastiado se quitó la malla rígida que conformaba el casco sensorial y la dejó en la bandeja que había a su lado. Se frotó la cara e incorporó. Cuando cruzó la puerta que apareció frente a él se encontró con un grupo de oficiales con uniforme negro de diario, casi todos de la infantería acorazada, aunque también estaban varios de los oficiales del crucero en el que viajaban.
-  Su nieta es muy agresiva, comandante-, dijo el capitán del crucero señalando la pantalla en la que se veía a Shizu leyendo atentamente el libro que le había dejado-. Es buena con el igo.
-  Le enseñe bien, pero aunque tiene aptitudes todavía le falta visión a largo plazo-, dijo orgulloso mirando la pantalla-. Es una estratega nata… ¿Cuánto falta para el salto?
-  Estamos corrigiendo el cálculo. Media hora como mucho-, dijo el capitán-. Saldremos en medio del sistema, a unas cinco horas del objetivo. Prevemos una dureza de salto de grado dos, comandante.
-  ¿Qué ha salido mal? El lanzamiento estaba programada para dentro de tres días.
-  El equipo de reconocimiento faltó a dos de los contactos programados…
-  Protocolo de emergencia, entiendo-, dijo, miró al sus oficiales y les dijo-. ¿No tenéis nada mejor que hacer a cinco horas del despliegue?
-  Listas de despliegue comprobadas y en orden. Todas las unidades se encuentran listas y a la espera-, dijo el de mayor rango del grupo-. Comenzamos con los preparativos en cuanto fallaron al primer contacto, tal y como ordenó, comandante.
-  Atención a todas las unidades IAC, preparen equipo para salto de grado tres inminente-, dijo por el comunicador implantado en su garganta, que hizo resonar su voz en las cabezas de todos sus subordinados-. Actualización y sincronización de objetivos en una hora. Procedan.
Mientras todos sus oficiales salían a cumplir las órdenes y revisar de nuevo sus propios equipos, el viejo comandante se quedó un rato, mirando como su nieta sujetaba con fuerza y firmeza la falsa Saigonosakura, realizando varias fintas y movimientos precisos y fuertes contra el aire que había en el espacio simulado de aquella privilegiada comunicación indistinguible de la realidad.
En la pantalla, Shizuka alzó la mirada con rapidez y pese a que solo se trataba de una perfecta simulación de la espada, se arrodilló ante la caja y la depositó enfundada con cuidado y sujetándola con ambas manos. El original se guardaba en la vivienda del coronel y su mujer, cuyo jardín había sido replicado como escenario para aquella tradición. Shizu cerró la caja y salió, desapareciendo de la simulación y despertando en algún lugar dentro del espacio de la Federación. No sabía cuál y seguramente, aunque lo hubiese preguntado, no se lo habrían dicho.
 Sin un solo gesto, se dio la vuelta y salió de la sala para imponer la voluntad de la Federación fuera de las fronteras de esta. Tenía una hora para actualizar, ampliar y comprobar los objetivos e incluir el rescate de los equipos de exploración si era posible. Aunque dudaba que siguiesen vivos en aquel planeta de tecnófilos fanáticos. Esa era ya otra misión en la que ya había perdido buenos soldados, no se había acostumbrado a ello y desde luego no quería hacerlo.
Al otro lado de aquel brazo de la galaxia, en un crucero que formaba parte de un grupo táctico fronterizo, Shizuka se quitó un casco como el que había llevado su abuelo. Cuando salió de su sala, la recibió una muchedumbre ruidosa, animándola y vitoreándola. No habían oído nada, se lo había pedido como un favor al técnico de comunicaciones, pero si lo habían visto todo.
-  ¿No habías dicho que ibas a ver a tu abuelo? Ese tenía que ser tu hermano-, le dijo uno de sus compañeros de unidad voz en grito.
-  ¡Preséntamelo, que está buenísimo!-, gritaron varias voces desconocidas en medio de la sala.
-  ¡Menuda paliza te dio al igo!-, resonaron otras.
-  No les hagas caso Shizu-, le dijo Temisa en un susurro-. Vamos al gimnasio y me cuentas. Ambas soldados se escabulleron de los grupos que intentaban acaparar su atención y entraron en el gran, pero poco concurrido gimnasio de la nave.
-  No tienes ni idea, me costó una barbaridad seguir el ritmo de la partida y de la conversación al tiempo-, dijo Shizu en el gimnasio mientras ejercitaba sus brazos-. Ese viejo, es el mejor que el profesor Iulio, y te garantizo que no solo al igo.
-  No lo dudo, no se llega a comandar un regimiento de IAC sin dominar la estrategia-, dijo su amiga mientras hacía abdominales colgada boca abajo a su lado-. La verdad es que es la primera vez que veo una sensollamada, interestelar o no. Tu abuelo tiene que tener muchos recursos para logar una. ¿Cómo es?
-  Como estar allí-, dijo Shizu comenzando a resollar por el esfuerzo-. Lo hueles todo, lo ves todo… Cuando terminó no pude distinguirla de la realidad. De hecho aún sigo preguntándome si no seguiré en ella. De todas formas no creo que mi abuelo la solicitase… no va con su carácter.
-  Tu abuelito impresionó al sargento con su banda de condecora…
-  Venga, déjalo. Siempre se ha considerado un soldado más y yo no quiero discutírselo, aunque pudiera hacerlo-, le dijo interrumpiéndola mientras recordaba la conversación-. ¿Te fijaste en la espada?
-  Un poco vieja, ¿no?-, dijo con descuido.
-  Puede, pero es magnífica. Ni un adorno innecesario, perfectamente equilibrada y aun sigue afilada… Lo único es que me resulta un poco corta… tu hermano mayor estaría cómodo con ella-, comentó como quien no quiere la cosa.
-  Ya le diré que quieres regalarle la espada herencia milenaria de tu familia. Seguro que le encanta una proposición tan temprana-, dijo sonriendo-. Pero solo lo haré si me presentas a tu abuelo.
-  Ohhh, no empieces tu también-, dijo lanzándole la toalla a la cara-. Que tiene setenta y cinco años…
-  ¿Y qué? Está muy bueno… y ahora tiene el cuerpo de uno de veinticinco-, dijo exagerando de manera descarada-. Además, seguro que también le han endurecido otras cosas además de sus muscul...
La alerta de combate resonó por toda la nave y ambas soldados dejaron las bromas y corrieron hacia sus barracones para recibir las instrucciones mientras esquivaban como podían a las multitudes que se dirigían a sus puestos de combate. En la pantalla principal del barracón, apareció el comandante de su regimiento y les comunicó que habían recibido órdenes de despliegue para reforzar las defensas de un planeta colonial al que Inteligencia suponía que se dirigía una gran flota corsaria.
Los cruceros y destructores se adelantarían y llevarían a los refuerzos hasta el planeta y se sumarían a las fuerzas de defensa. En cuanto llegara el descomunal acorazado del grupo con su escolta mínima, podrían hacer frente a las naves sin necesidad de esperar a que desembarcaran, mientras los soldados protegían la ciudad.
Pero el movimiento de las naves no importaba a aquellos soldados de no más de diecisiete años. Acababan de entrar en servicio activo hacía apenas un par de semanas, cuando embarcaron en Anath3. Y apenas habían llegado a su zona de patrulla ya los enviaban a defender al único planeta habitado del sistema Kushiro. Una roca boscosa y agreste sin casi aire respirable ni grandes mares. Un planeta con los equipos de terraformación más sofisticados y por lo tanto más deseados por los piratas.
-  Seguro que es un simulacro o una práctica-, murmuró Temisa sin demasiada convicción, mientras comenzaban a estudiar los informes.
-  No con la suerte de mi familia-, no pudo evitar murmurar Shizuka con creciente tensión ya que tenía la certeza, y estaba completamente convencida, de que libraría su primera lucha a vida o muerte en aquella roca.



[1] El Igo, también conocido como Go, es un juego de estrategia milenario en el que dos jugadores se enfrenan con piezas negras y blancas en un tablero con una cuadrícula de líneas y cuyo objetivo es controlar una superficie del tablero mayor que el oponente.