El
gélido viento del sur azotaba los estilizados rascacielos que emergían del
aquella superficie helada. La perpetua claridad que brillaba en el verano
nostroviano alumbraba los copos de nieve que flotaban sin llegar a caer del
todo en el exterior.
- ¿Cómo que
has aceptado?-, gritó Koshka mientras saltaba de la cama indignada y comenzaba
a recoger su ropa, esparcida por toda la habitación.
- Es una
oportunidad que no puedo dejar pasar. ¡Y lo sabes!-, repuso el dueño de aquel
apartamento mientras se incorporaba entre las sabanas.
- ¿Y no
podías habérmelo preguntado antes de aceptar? -, repuso furiosa mientras se
enfundaba los gruesos pantalones con pequeños e inconexos saltos-. ¿Piensas que
te seguiré sin dudar a cualquier planeta inmundo al que vayas?
- Tenía que
habértelo contado antes, pero… yo vine a Nostrovia solo por ti-, dejó caer como
una bomba en medio de la habitación, que se sumió en un tenso silencio mientras
aquella mujer continuaba poniéndose capas de ropa una encima de otra.
- Fue para
hacer las prácticas, yo no tuve nada que ver-, bufó mientras se ponía sus
relucientes botas negras. Aquellas que le había regalado hacía un par de días y
tanta ilusión le habían hecho-. Además, no es lo mismo y lo sabes.
- ¡Claro que
es lo mismo! -. Replicó cada vez más molesto-. ¿Es tanto pedir que solicites un
traslado conjunto? De todas formas dentro de dos meses te enviarán a quien sabe
donde para hacer tus prácticas. Por favor, solicita el traslado conjunto y
hazlas a mi lado.
- Tengo una
buena vida en este planeta-, gritó desde la puerta-. ¡Y tú pretendes arruinar la
tuya en la frontera! Ni aunque me arrastren del pelo pienso marcharme.
- Pero es que
el puesto es e…
- ¡Que no
todo es trabajo, imbécil!-, estalló mientras cerraba la puerta furiosa.
Tupfer
permaneció en silencio un largo rato y, finalmente, se incorporó molesto. No
esperaba que Koshka reaccionara de aquel modo. Querría haberlo hablado con
ella, intentar convencerla para que lo acompañase, pero ya había dejado claro
que no quería marcharse de aquella ciudad helada al que llamaba hogar.
Se
sentó en uno de los taburetes que tenía frente a su larga ventana y apoyándose
en la estrecha mesa situada bajo ella, se sirvió un vaso de vodka lleno hasta
los topes. Mientas se lo bebía con largos tragos y contemplaba el prolongado
crepúsculo volvió a suspirar, decepcionado por la reacción de su novia. Era
cierto que nunca habían hecho planes juntos, pero le dolía que hubiese
reaccionado de esa manera.
- Al menos
podría habérselo pensado un poco... -, murmuró alicaído.
Los
copos de nieve se arremolinaron durante la corta noche frente a la ventana y el
cálido aire seco del apartamento no llegaba para calentar el desnudo cuerpo de
Tupfer. Tras vaciar su vaso, cogió la botella y volvió a meterse entre las
finas sábanas de su cama. Envuelto por la calidez que su cuerpo emitía y que
estas reflejaban, continuó bebiendo directamente de esta, mientras contemplaba
las espirales heladas que se formaban ante la ventana y recordaba sus años en
la ciudad. Mientras lo hacía, vislumbró las pocas estrellas que se dejaban ver
a través del claro cielo de las breves noches veraniegas hasta que salió el
sol.
Bastante
después de que los primeros rayos despuntaran sobre el horizonte, un pitido
punzante anunció las cinco de la mañana y, sin gana alguna, abandonó el calor
de su cama y comenzó a seguir su ritual matutino. Tras una ducha tibia con su
chorro de calor seco, un copioso desayuno y la cuidadosa elección de un
sombrero y guantes acorde con su ropa, salió sin mucha convicción al bajo
pasillo de su sección.
Durante
el trayecto diario por los pasillos, ascensores, galerías y vagones del
monorraíl, su placa de mensajes comenzó a zumbar. Primero con unos pocos
minutos de diferencia y más tarde sin interrupción alguna, lo bombardeaban con
preguntas insolentes, comentarios despectivos o directamente lo insultaban.
Todos
los conocidos comunes con Koshka habían tomado partido rápidamente. En cierta
manera esperaba una reacción similar y creyendo que lo molestaría se mentalizó.
Tal vez gracias a ello, ninguno de aquellos mensajes logró despertar en él más
que una profunda indiferencia.
Llegó
a la oficina algo más temprano de lo habitual y se la encontró casi vacía. Las
mesas gráficas y las estaciones de diseño estaban apagadas en su mayoría, pero
las que estaban ya encendidas se silenciaban a su paso. Ninguno de sus
ocupantes le preguntaba nada o tan siquiera le dirigía la palabra, aunque en
sus miradas se veía claramente que los rumores habían llegado a sus oídos hacía
tiempo.
Murmuraba
los buenos días a cada paso pero nadie le respondía, cruzó la amplia sala y
entró en su zona de trabajo sin escuchar más que el zumbido del aire y sus
propios pasos. Mientras esperaba a que todo su equipo se encendiera, comenzó a
quitarse sombrero y guantes, colgándolos junto con la gabardina de una de sus
perchas. Tras coger una de las tablas de diseño y recostarse en uno de los
sofás, oyó el primer saludo de la mañana.
- ¿Por qué no
me lo habías dicho antes? ¿Acaso piensas dejarnos colgados?-, dijo Vega antes
incluso de sacarse su amplio sombrero azul-. Estamos liadísimos con los diseños
de la Torre F.
- ¡Por todas
las…!-, estalló Tupfer-. ¿Es que nadie me va a dar los buenos días hoy? No me
marcho hasta dentro de dos meses y medio. Me da tiempo de sobra a dejarlo todo
listo.
- Buenos
días-, sonrió mientras guiñaba un ojo-. Asúmelo. Te marchas. Y otro planeta,
nada menos… es normal que te piquemos.
- Ya, claro.
Lo que tu digas -, dijo con un suspiro de resignación-. De todas formas… ¿Cómo
os habéis enterado? Me enviaron la
confirmación personal hace menos de diez horas.
- Koshka-,
respondió con el nombre que lo aclaraba todo.
Eso
era, sin duda alguna, excesivo. Podía considerarse normal el que se lo contase
a sus amigos y que estos reaccionaran en cuanto despertaron y vieron sus
mensajes, pero el hecho de molestarse en buscar a los compañeros de trabajo de
Tupfer e intentar ponerlos en su contra era perverso. Mientras pensaba en ella,
un grito sordo lo sacó de sus cavilaciones.
Su
supervisor entró en la oficina como una exhalación, pasó frente a su despacho
sin tan siquiera detenerse a quitarse el abrigo o su anticuado sombreo y, tras
rugir el nombre de Tupfer, demandaba explicaciones con grandes aspavientos.
- ¡Tup! ¿Qué
es eso del traslado? ¿Acaso pretendes paralizar la empresa?
- Ya estamos…
Qué no me voy mañana, ni la semana que viene. ¡Ni en un mes!
- Da igual,
estás rompiendo un buen equipo de trabajo con todo lo que tenemos por delante.
- No me toque
las narices-, estalló molesto levantándose con rapidez. Dejó a un lado el panel
transparente que lo había tenido ocupado hasta ese momento y señaló a su
supervisor mientras decía-. Lo he hecho según las normas. Pasé la revisión
anual, me llegó la Hoja de Destinos con una oferta de traslado preferente,
ascenso de categoría y… Un momento… ¿Cómo se ha enterado? La notificación no
puede haber llegado aún.
- Me lo dijo
Milher y no me cambies de tema-, farfulló cohibido-. Necesitamos especialistas
en construcción vertical. Lo sabes y...
- No seas
exagerado, Vlad-, le cortó Vega, ya recostado en otro de los sofás del
cubículo. Mientras garabateaba rápidamente sobre su propia placa de diseño
continuó sin mirarlo-. Sabes de sobra que más de la mitad tenemos esa
especialidad.
- Sí, pero
aún así siempre estáis sobrecargados de trabajo.
- ¿Y de quien
es la culpa? ¿De aquel que acepta siempre más encargos de los que podemos
manejar? -, repuso Tupfer-. ¿Nuestra, por hacer horas extra todos los días y
que aún así vayamos siempre con retraso?
Vlad
tensó su mandíbula, forzando su silencio y, tras un rato, se marchó a su
despacho sacándose el abrigo con gestos enérgicos. Vega alzó la mirada y tras
un largo y suave silbido comentó:
- Eso no le
ha sentado pero que nada bien…
- Pues que lo
supere. Ya era hora de que alguien se lo dijese-, comentó Tupfer recostándose
de nuevo en el sofá y comenzando a comprobar la ingente cantidad de mensajes
que se habían acumulado desde el día anterior y los atendía con rapidez. Al
mismo tiempo, un modelo holográfico flotaba frente a él, demandando con sus
brillantes colores algo de su atención y las comunicaciones entrantes eran
absorbidas, condensadas hábilmente por su asistente digital, que las colocaba
con el resto de mensajes-. Dentro de tres meses su cara será un lejano
recuerdo.
- Si. En tres
meses. Hasta entonces…
- Hasta
entonces tendré que seguir aguantándolo, ¿no?
La
mañana pasó rápida, llena de trabajo, cálculos y llamadas de proveedores,
administraciones y encargados, todos ellos sobrecargados de trabajo. Mientras
Vega y Tupfer comían durante su descanso del mediodía, el tema del traslado
volvió a aparecer.
- ¿En serio
no te lo pensaste ni un solo día? -, comentó Vega mientras esperaba que el frio
cortante de la calle refrescara algo el humeante guiso que sostenía entre sus
guantes.
- ¿Acaso lo
harías tú?-, respondió con calma-. Sabes que me vine aquí solo por las
prácticas.
- Si,
recuerdo cuando llegaste. Pero hace tiempo que las terminaste y sigues aquí.
¿Por qué no buscaste otro trabajo antes, si tanto querías marcharte?
- Estaba bien
con Koshka y supongo que no quería arriesgarme a estropearlo-, comentó mientras
tomaba un sorbo del caldo humeante de su bol y empujaba algunos trozos de carne
y verdura con la cuchara.
Levantó
la mirada y, mientras masticaba, contempló silencioso las amplias avenidas
abovedadas de la ciudad que se extendían bajo ellos. El grueso techo
acristalado los separaba del gélido exterior y de los mortales vientos que lo
azotaban. Pero los cuidados jardines y amplios caminos peatonales, aunque
resguardados del viento, nunca se calefactaban y el frio exterior acababa por
descender hasta las calles, pasillos y jardines de Nostrovia.
- ¿Aún no te
ha contestado?-, preguntó con cuidado Vega.
- Sigue
saliendo su asistente mandándome a paseo-, respondió con un corto suspiro.
- Se lo
habrías dicho antes de aceptar, ¿no?
- No -,
reconoció tras un rato-. Sé que tendría que haberlo hecho pero una oportunidad
como esta no podía dejarla escapar, el puesto era demasiado bueno como para
negarme. Acepté de inmediato creyendo que Koshka me acompañaría.
- ¿Piensas
decirme a donde te mandan?
- Si me
garantizas que nadie se enterará…-, repuso Tupfer antes de terminar su guiso.
- Sabes que
soy de fiar-, aseguró Vega mientras dejaba su bol en la mesa. Mientras se
alejaban de aquel puesto, continuó-. He oído que últimamente hay mucho trabajo
en Vorbis y en Disra. ¿Es allí a dónde
vas?
- No. No es a
ninguna colonia -, contestó. Tras un rato caminando en silencio, al fin
continuó-. Me han ofrecido un puesto de especialista en Terebuse3, en una
ciudad llamada Yuhyou.
- Terebuse…
¿De qué me suena?-, murmuró mientras caminaban entre los pardos jardines, hacia
la entrada al edificio-. ¿No es un sistema periférico?
- Si. Mira
que paraíso-, sonrió mientras le tendía su placa de mensajes. Paisajes de
ciudades verdes y floreadas aparecían cada poco tras la superficie transparente
y se desvanecían para ser substituidos por imágenes aún más espléndidas.
- Ya lo veo,
ya. Sin duda eres un tipo con suerte-, comentó entre risas mientras le palmeaba
la espalda amigablemente. Tras un buen rato, continuó extrañado-. ¿Y Koshka se
negó a acompañarte?
- Ni siquiera
sabe a dónde voy. Y la verdad es que no me dio ni una oportunidad para
decírselo -, se lamentó mientras entraban en la recepción del edificio.
Durante
la tarde el trabajo continuó incesante y, para no romper con la rutina, las
horas extra fueron inevitables. Una vez terminada la jornada, al fin pudo
cerrar los ojos unos cuantos minutos y descansar de camino a su apartamento,
mientras la cabina se deslizaba sobre las avenidas y bajo el manto transparente
que lo protegía a todos del hielo exterior.
La
pequeña placa transparente interrumpió la canción que escuchaba mentalmente.
Insistente, vibraba en su bolsillo y en cuanto la sacó, la nítida imagen de
Milher se formó tras ella solo para sus ojos y oídos. De repente un fuerte
grito reclamó la atención de todo el vagón.
- ¡Eres un
cabrón! ¿Cómo se te ocurre hacerle el trabajo sucio? -, se escuchó de modo
entrecortado por todo el vagón. Aunque aquella placa estaba diseñada para
silenciar sus palabras, su estridente grito superó al sistema sin dificultad.
Haciendo caso omiso de las miradas incomodas del resto de pasajeros, continuó-.
¡No me vengas con esas, malnacido!... ¡Me importa una mierda! Somos seis en el
equipo… Ya ¿y soy yo quien tiene que resolverte todas tus meteduras de pata?
¿Acaso tienes idea de la cantidad de trabajo que tengo acumulado por tu
culpa?... Sí… Te estoy llamando inútil... Claro que lo haré ¿acaso tengo
elección?... Muérete, ¿quieres?
En
el vagón solo se escuchaban los gritos de Tupfer. Todas las conversaciones se
habían silenciado y así permanecieron hasta que aquel hombre de mirada funesta
se bajó varias estaciones después. Aún rojo de ira y farfullando entre dientes,
caminó por los pasillos hacia su apartamento, donde se quitó el abrigo y se
dejó caer en el sofá del pequeño apartamento.
Se
planteó seriamente el irse a dormir, pero tras pensarlo un rato se incorporó y,
de nuevo, trató hablar con Koshka. La única respuesta que obtuvo fue la de su
asistente rogándole que desistiera y que se perdiera, así que con su bolsa a la
espalda, salió hacia su gimnasio.
Durante
las horas que estuvo fuera del apartamento le dio vueltas una y otra vez a lo
mismo, las distintas reacciones de la gente que lo rodeaba. Mientras corría,
tensaba y levantaba peso en las múltiples máquinas del gimnasio, por encima de
su rítmica música podía escuchar la voz de su novia recriminándole. Escuchaba
las mudas críticas y envidias despertadas por la oferta de trabajo, empañadas a
duras penas por las condolencias que surgían al imaginar su destino.
Era
obvio que pensaban que huía a un sistema colonial, donde los ascensos de
categoría eran mucho más sencillos de conseguir que allí, en la periferia.
Aunque sin duda olvidaban recordar, de modo muy conveniente, que eran más
peligrosos y austeros que el resto de planetas federales.
Qué
sabrían ellos. Tupfer no había aceptado el puesto por el planeta, sino por el
trabajo en sí. Era la primera oportunidad que tenía para destacar en su
profesión por méritos propios, sin estar sometido a la tiranía de un gran
equipo sobrecargado de trabajo.
Y
Koshka… aún pensaba que podría quedarse en la ciudad. Ni siquiera le había
concedido una oportunidad para explicarse. Levantando peso y desahogando con su
sudor la fría frustración que sentía por el comportamiento aquel ser
caprichoso, una idea clara iluminó su mente.
Mientras
se secaba el sudor de sus brazos entre una y otra máquina, decidió que ya era
demasiado tarde. No volvería a llamarla, y mucho menos le diría a donde se
marchaba. Había dejado ya muy claro que no le interesaba acompañarlo de manera
incondicional y, si tras decirle a donde se trasladaba cambiaba de opinión,
siempre sabría que era por mera avaricia personal y no por él.
Volvió
a su apartamento antes que de costumbre y aunque cansado, comenzó a preparar el
equipaje que necesitaría durante la siguiente semana. Gracias a su supervisor
tendría que hacerse cargo de nuevo de un proyecto que consideraba resuelto
desde hacía tiempo. La incompetencia de Milher había retrasado su construcción,
y ahora pedía ayuda con la documentación. Vlad, desairado por sus irreflexivas
palabras, le asignó el trabajo a Tupfer por pura venganza, sabiendo
perfectamente que el resto de la oficina se negaría a echarle una mano, bien
por envidia, bien por venganza o simplemente, para no hacer cabrear al resto.
El
sol estaba sobre el horizonte y el cielo refulgía anaranjado, sin embargo
Tupfer se fue a dormir, agotado por la anterior noche en vela y el ejercicio
realizado. A la mañana siguiente uno de los aerodeslizadores de la empresa lo
llevaría hasta su destino, sobrevolando la bahía y sus gruesas placas de hielo
a medio derretir hasta el farallón donde se alzaba aquel edificio en
construcción.
En
aquella ocasión pasó tan solo cuatro días en aquel helado paraje, solo
abandonando el trabajo para comer o dormir, pero no fue su última estancia
allí. De sus últimos dos meses y medio en Nostrovia, pasó casi la mitad de
ellos fuera de la ciudad, poniendo al día una obra que no era suya e intentando
arañar tiempo suficiente como para dejar sus verdaderas responsabilidades
cubiertas. Y de no ser por la ayuda que le brindó Vega, no lo hubiese
conseguido.
Koshka
no volvió a llamarlo, ni siquiera para que la ayudase con sus pruebas finales o
para decirle que había aprobado. Tuvo que enterarse por Vega de su traslado,
aunque este no supo decirle a donde. Una semana antes de partiese su nave,
cuando ya se había despedido de sus compañeros y se dedicaba únicamente a
ultimar la mudanza y despedirse en persona de sus amigos, simplemente apareció
ante su puerta.
Tenía
los ojos llorosos y su cara, medio oculta por una amplia bufanda, estaba
enrojecida. Sin darle tiempo a saludarla o tan siquiera a preguntarle qué hacía
allí, se abalanzó sobre él y lo abrazó sin parar de llorar sin parar.
- ¿Por qué
habré sido tan tonta?-, dijo entre gemidos tras un largo rato-. Me envían a
Vorbis4 para las prácticas… y de allí no hay quien vuelva.
- Espera,
espera, espera…-, respondió separándola, pese a los esfuerzos que hacía esta
por pegarse a su pecho-. ¿Qué haces aquí?
- Quería
verte… Quería hablar contigo.
- ¿Ahora?
¡Qué oportuno!-, dijo tras soltarla y dándole la espalda. Sin prestarle
atención, continuó guardando cosas en los baúles para la mudanza-. En más de
dos meses no te has dignado en llamarme o hablarme. Solo sabía de ti por
comentarios ajenos, ni una sola palabra tuya. ¿Qué quieres precisamente ahora
Koshka?
- ¿Es que no
me has oído? ¡Me mandan a Vorvis4!-, estalló histérica-. Han rechazado mi
recurso y no tengo opción. Me mandan a una colonia, un planeta inmundo. ¡Ni
siquiera tiene aún atmosfera!
- ¿Y?-, dijo
con un encogimiento de hombros.
- Pero… Pero
he oído que tú también te vas allí. Podríamos…
- Te
equivocas. No voy allí -, la cortó tajante. Tupfer sintió una gran satisfacción
y un profundo agradecimiento hacia Vega, que había mantenido su promesa de no
decir a donde se trasladaba. Paladeó el instante y continuó-. Me mudo a Yuhyou,
en Terebuse3.
- ¿Por qué no
me lo habías dicho?-, le gritó tras unos segundos de silencio, mientras
estallaba en lagrimas.
- ¿Cuándo? No
me dejaste hablar, no me devolviste las llamadas. Es la primera vez que hablo
contigo en más de dos meses.
- ¡Mientes!¡No
puedes irte allí!-, gritó desesperada mientras gruesas lagrimas humedecían su
bufanda. Con un gesto de Tupfer, la documentación de su traslado apareció en la
pantalla del apartamento-. ¡No es justo! No pueden mandarme al rincón más
alejado de universo y a ti virtualmente al centro.
- Primero,
Terebuse todavía no es un sistema central -, comenzó a enumerar mirándola a la
cara y apoyándose contra la mesa, aún llena trastos a clasificar. Alzó otro
dedo y continuó con voz serena y fría-. Dos, te ofrecí…no, te rogué que me
acompañases. Pero te negaste en redondo…
- Pero…-,
intentó interrumpirle.
- ¡Tres!-,
gritó. Esperó un par de segundos y alzó otro dedo-. Tres. Has sido tú la que no
quisiste saber nada de mí en cuanto supiste que me marchaba. Cuatro. Intentaste
poner a todos los que conozco en mi contra y con algunos lo lograste. Pero lo
más importante es que me has demostrado lo poco que en realidad te importo.
- Pero… -,
siguió farfullando medio conmocionada.
- Toma, aquí
tienes las cosas que te dejaste-, dijo mientras cogía una caja cerrada, con una
K garabateada en ella y se la tendía con firmeza. La acompaño hasta la puerta y
continuó-. Te diría que podemos seguir siendo amigos, pero ya me has demostrado
que eso no te interesa en lo más mínimo. Adiós, y disfruta de tu nueva vida en
la frontera.
Le
cerró la puerta en la cara y siguió recogiendo, indiferente al sonido del
timbre y de los repetidos golpes en la puerta. Durante algún tiempo había
aguardado esperanzado que volviese a su lado, pero ya ni siquiera lo deseaba.
Solo ansiaba aterrizar en su nuevo hogar y comenzar su nueva vida.
Varios
días después contemplaba aquel planeta deslizarse bajo la ventana del bar. El
planeta azul y blanco parecía moverse a toda velocidad y las estrechas franjas
de tierra que emergían por doquier apenas si permanecían unos segundos a la
vista. En el lado nocturno, las luces dispersas y apagadas de las ciudades
trataban de competir contra el deslumbrante espectáculo de las estrellas.
Ya
no podía ver Nostrovia. La ciudad estaba muy al sur, cerca del círculo antártico
planetario y el puerto tenía una órbita con la que solo podía verse claramente la
zona tropical del mismo. Suspiró antes de darle otro sorbo a su vaso y recordó
la fiesta de despedida que había tenido. Fue muchísimo más modesta de lo que
había pensado, ya que la mayor parte de sus amigos ni siquiera se molestaron en
acudir y simplemente le llamaron para despedirlo. La sombra de Koshka volvía a
actuar por última vez, pero al menos así sabía quiénes merecerían el esfuerzo
de mantener el contacto a pesar de la inimaginable distancia que los separaría.
Tenía
las maletas ya registradas, guardadas y almacenadas para su embarque, pero su
nave no zarparía hasta el día siguiente, por lo que se dedicaba a hacer tiempo
contemplando el paisaje desde el bar del hotel. Todo el mundo estaba acompañado
por sus hijos, sus familiares o sus parejas que habían ido a despedirlos. Sin
embargo él esperaba solo en el bar, haciendo tiempo mientras bebía lentamente.
- Es
precioso-, susurró una agradable voz detrás de él.
Aquellas
palabras no estaban dirigidas hacia él. Simplemente eran la exclamación
sobrecogida ante el espectáculo que se veía a través de la pared transparente,
pero Tupfer no pudo evitar girarse y mirar a aquella solitaria mujer. No era
particularmente alta, pero si muy estilizada y en ella predominaba el azul.
Todo su cuerpo estaba decorado con diversos tonos de azul, desde el celeste de
su larga melena, hasta sus botas azul oscuro.
- Solo es un
planeta como otro cualquiera-, comentó recostado, fingiendo indiferencia
mientras la observaba de reojo desde su sofá-. Uno más entre millones.
- ¿Estás de
guasa?-, dijo anonadada. Tras observarlo unos segundos, aquella extraña
continuó-. Es precioso, no tiene ni punto de comparación con las fotos o los
videos.
- ¿Y qué me
dices de las emulaciones sensoriales?-, continuó con un guiño-. No serás capaz
de distinguirlas de la realidad, ¿verdad?
- Me estás
tomando el pelo-, sonrió al fin aquella hermosa mujer.
- Por supuesto.
Me quedaría mirando por las ventanas todo el día-, comentó riéndose-. De hecho
creo que acabaré haciéndolo durante todo el viaje.
- Creo que yo
haré lo mismo-, dijo acercándose a la ventana y apoyando su mano contra el
cristal.
- La belleza
cautiva, ¿no? -, sonrió mirándola fijamente mientras terminaba con lo que tenía
en el vaso. Tras unos segundos de indecisión añadió-. ¿Puedo invitarte a una
copa?
- Gracias,
pero no bebo-, rechazó de inmediato con sobriedad, pero tras unos segundos
esbozó una gran sonrisa y añadió-. Aunque me encantará acompañarte con un
refresco. Me llamo Lauren.
- Yo soy
Tupfer-, dijo con una sonrisa.
- ¿Y cuando
zarpas, Tup? ¿Te importa que te llame Tup?-, dijo recostándose frente a él
y contemplando de reojo la esfera blanca
y azul que se deslizaba frente a ellos.
- Si, la
verdad es que es más sencillo de pronunciar que el nombre completo -, comentó
mientras pedía otro vaso con vodka desde la mesa-. Mi nave sale mañana, la Lazo Rojo.
- No puede
ser-, dijo sorprendida. Se recolocó un largo mechón que se había deslizado
hacia la cara y dijo-. Yo también voy a Terebuse3. A una ciudad llamada Fushe.
- ¿En serio?
Yo voy a Yuhyou –, exclamó sin ocultar su asombro. Una joven camarera llegó con
dos vasos y se los colocó en la mesa que los separaba, Tupfer pagó la ronda y
continuó-. ¿Por los encuentros casuales?
- Mejor por
las gratas compañías del viaje-, dijo Lauren mientras alzaba su vaso y le
guiñaba un ojo con picardía.
2 comentarios:
Olééé los huevos de Tup!! así se tendría ke ablar a la gente como la chica esa...
Que bueno, ni en el futuro las mujeres dejan de ser tan enrolladas
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