Un
afable burócrata los saludó servicial nada más cruzaron la puerta. Primero le
estrechó la mano con firmeza al padre, dando una sacudida seca y cortante. A la
madre, se la agarró con ambas manos y gentilmente, la zarandeó levemente antes
de soltársela con delicadeza.
La
sala pentagonal era lujosa, amplia y tenía unos grandes ventanales en uno de
sus lados, desde los que se podía contemplar los edificios y parques de la
ciudad. Tras acompañarnos hasta los sofás situados frente a su mesa, se apoyó
contra el frontal de su escritorio y sonriendo, dijo:
- Supongo que
saben por qué están aquí.
- Por
supuesto-, dijo secamente el hombre. Intentaba parecer sereno y seguro de sí
mismo, pero mientras se inclinaba hacia delante en el sofá podía notarse con
facilidad como transpiraba nervioso-. No se ande con rodeos inútiles y díganos
a que casta han asignado a nuestro hijo.
- Sabemos que
será tellus o aqua, como nosotros-, interrumpió con arrogante seguridad la
madre-. ¿Pero cuál?
- Me temo que
se equivoca, señora-, repuso el burócrata incorporándose y abandonando el tono
relajado que había adoptado-. Su hijo Neleo no forma parte de ninguna de sus
castas.
- ¿En
serio?-, respondió ilusionada exhibiendo una gran sonrisa.
Sin
embargo la cara de su marido no reflejaba esperanza alguna. Su ceño,
ligeramente fruncido, indicaba claramente su disgusto y sus mandíbulas
apretadas denotaban inquietud. En silencio, el burócrata rodeó el escritorio y
se sentó tras él. Con gestos automáticos hizo surgir varios documentos frente a
él y, tras echarles un rápido vistazo, continuó:
- Su hijo,
Neleo Schwarz Grau, nacido en Erunis, sita en Columbe3 y nacido el 10 del 3 del
año 1142, ha sido sometido a evaluación por el Consilium Educatio Federal el día de su quinto cumpleaños. El
resultado arrojado por dicha evaluación es que sus características, habilidades
y potencial psicológico son idóneos para que forme parte de la casta Ignis. Por
lo tan…
- ¡No! -,
gritó la madre incorporándose-. No lo permitiré, no puede hacerle eso a mi
niño.
- No dejaré
que lo transformen en una máquina de matar-, estalló a su vez el padre
avanzando hacia la mesa.
Indiferente
a los gritos, el burócrata se recostó en el asiento y entrelazó sus manos,
soportando pacientemente sus gritos y recriminaciones. No era inusual y la
mejor opción era esperar que se desfogasen. Tras un buen rato, el burócrata se
incorporó y continuó con voz firme.
- ¿Han
terminado? Pues siéntense-, relajó su voz y volvió a adoptar el tono formal
para continuar-. Por lo tanto, Neleo será educado según las normas, usos y
costumbres de dicha casta, adhiriéndose al régimen educativo, legal y meritorio
de la misma.
- ¿Pero por
qué un ignis? -, preguntó la madre furiosa-. ¿Es que acaso no es lo
suficientemente listo como para…?
- La
inteligencia no tiene nada que ver con la asignación de casta, debería
saberlo-, trató de tranquilizarla mientras se explicaba-. Los mandos, oficiales
y muchos ignis civiles destacan por su inteligencia. Su hijo Neleo tiene
habilidades, cualidades innatas y un metabolismo que puntúan muy alto según los
baremos ignis. Además, aunque les resulte difícil de creer, su hijo no sería
más feliz, o útil, en otra casta.
El
silencio se impuso durante varios minutos, mientras la madre de aquel niño comenzaba
a comprender que no tenía opción. Sin poder evitarlo, comenzó a sollozar sin
control.
- Pero
sufrirá… Correrá peligro... Acabarán matándolo.
- Mire, sus
padres somos nosotros y…
- ¿Y saben lo
que es mejor para su hijo?-, atacó el burócrata anticipando la eterna respuesta
de los padres en desacuerdo-. No se engañe, no se le hubiese asignado a la
casta ignis si no fuese la que más le conviene. Tal vez les cueste admitirlo,
pero saben que la asignación de castas no se equivoca.
- ¿Por qué le
conviene?-, preguntó la madre aún sollozando levemente-. ¿Acaso nosotros lo
hemos convertido en un asesino?
- Por favor,
Silvia, deje de decir eso. Los ignis luchan, es cierto, pero la mayoría solo
pasan unos pocos años en el ejército. Además, cuando vuelven a la vida civil se
convierten en nuestros policías, bomberos, cirujanos, profesores… todos
trabajos muy necesarios y que no todo el mundo puede realizar-, repuso el
burócrata tratando de calmarla con su fervor-. Hagan memoria y recuerden su CPO[1],
no hace ni seis años que lo superaron.
Pareció
funcionar durante unos segundos, hasta que el padre habló molesto.
- Nos
arrebatarán a nuestro hijo, le enseñarán a luchar y matar, no lo niegue. Le
dirán que el honor es lo más importante, se lo meterán en la cabeza.
Transformarán a nuestro pequeño Neleo en un sádico fanático.
- Primero,
aunque ya debería saberlo, no le arrebataremos a su hijo ni le lavaremos el
cerebro-, dijo el burócrata acallándolo con palabras mesuradas y calmadas. Su
tono pareció funcionar-. Es más, seguirán siendo responsables de educarlo en
casa, tal y como han hecho durante estos cinco años. Que ahora sepamos que es
un ignis es irrelevante, seguirá viviendo con ustedes y su hermano menor y
seguirá acudiendo a la escuela comunal como hasta ahora. Tendrá las mismas clases,
solo que a partir de ahora, se le irá integrando en aulas específicas conforme
avance.
- Pero se lo
acabarán llevando... Y le enseñarán a matar-, aseguró la madre, con una lágrima
cayendo de nuevo por su mejilla.
- Eso nos
lleva al segundo punto que quería recordarles, porque ya deberían saberlo-,
dijo paciente el burócrata-. Cuando cumpla diez años, se le trasladará a su
academia correspondiente, pero tendrá frecuentes vacaciones y seguirá viviendo
en su casa.
- Sí, pasará
noventa días en casa, repartidos en todo el año… siempre que no les revoquen
las vacaciones por mala conducta-, intervino el padre molesto y con un tono
frio-. Y luego lo enviarán a algún campo de batalla, para morir lejos de
nosotros.
- Señor
Schwarz, cuando su hijo entre en servicio tendrá, por lo menos diecisiete
años-, dijo con una frialdad comparable a la de este. Ahora dígame: ¿A que edad
obtuvo usted su ciudadanía plena? ¿A que edad se le consideró adulto y tuvo que
marcharse de la casa de sus padres?
- A los
dieciocho-, respondió molesto.
- Veinte-,
repuso la mujer con los ojos enrojecidos.
- Es lo más
normal. Su hijo la obtendría entre los diecisiete y los veinte años, igual que
ustedes. Lo único que cambia es el modo en el que recibirá su educación.
- Pero no es
lo mismo-, rebatió la llorosa madre-. Se
marchará a los diez años y solo volverá de visita. ¡Será un extraño!
- ¿Acaso se
creen que los pivum o los regis siguen un patrón muy distinto?-, dijo molesto
el burócrata-. Los pivum ingresan en sus academias a los diez años, igual que
los regis en sus colegios rectores. Y no parecía disgustarle que Neleo fuese
uno de ellos.
El
burócrata se incorporó mientras se frotaba los ojos y suspiraba con pesar.
Caminó hacia un pequeño armario y volvió con tres vasos y una botella de espeso
licor de Esunón, de la que sirvió una buena cantidad en ellos. Les entregó un
vaso a cada uno y, tras coger el suyo, se recostó contra el escritorio. Esperó
un buen rato a que bebiesen de aquel licor de hierbas relajantes y, tras dar él
mismo un sorbo, continuó.
- Verán, sé
cómo se sienten-, dijo de manera inesperada-. Mi hija es una ignis…
- ¿Y no está
preocupado por ella? -, preguntó la mujer, aun algo angustiada, antes de dar
otro prolongado trago a su vaso.
- Un poco, es
normal-, comentó el burócrata moviendo levemente los hombros.
- Parece que
no mucho…-, dijo el padre con frialdad.
- Señor
Schwarz, le ruego que se disculpe -, espetó el burócrata con voz gélida.
- Lo siento,
yo...-, trató de disculparse con voz entrecortada. Tosió levemente y preguntó
inseguro-. Si no es mucha indiscreción... ¿Cuantos años...?
- Veinticuatro.
Termina su periodo de servicio en un par de meses-, respondió, sin poder evitar
hacerlo con orgullo.
- ¿Y no la
han herido nunca?-, preguntó asombrada la madre.
- Nunca me ha
dicho nada al respecto, aunque me llama a menudo-, dijo tras darle un corto
trago a su vaso-. De todas formas y antes de que me lo pregunten, si que me
alegré cuando me dijo que no pensaba seguir en servicio. Aunque claro, hasta su
evaluación no lo sabrá seguro.
El
silencio cayó durante unos minutos en el despacho y sus tres ocupantes le daban
pequeños sorbos a sus vasos de vez en cuando. Finalmente fue la madre la que
rompió el silencio con un murmullo.
- ¿Pero por
qué un ignis? Son tan… rudos. Serán sus amigos, o puede que…
- No es culpa
de nadie, sencillamente no hay nada de que culpar-, reprendió rápidamente el
burócrata-. Su hijo es un ignis, como usted es una aqua o su marido un tellus.
No encajaría en otra casta. Acabaría por sentirse marginado, incomprendido e
incomodo. Incluso podría llegar a malograrse, convirtiéndose en un peligro para
sí mismo y para otras personas.
- ¿Pero están
seguros de que es un ignis?-, insistió tercamente.
- Completamente-,
garantizó tras unos segundos en los que observó de reojo uno de los
documentos-. Los resultados de Neleo en su evaluación bien podrían servir como
ejemplo en los manuales del Consilium. No hay duda alguna.
Se
incorporó y con cuidado les entregó una placa transparente, donde una hoja
certificaba e indicaba la clasificación de su hijo, mostrando diversos gráficos
cambiantes y elegantes emblemas oficiales. Con la misma deferencia, les entregó
una pequeña placa transparente de memoria.
- Aquí tienen
un certificado del informe su hijo, así como una copia completa del mismo-,
indicó mientras ambos padres observaban el certificado con una mezcla confusa
de orgullo, angustia y amargura no muy bien definida-. Puede que les resulte
incomprensible, al menos muchos de los detalles técnicos, pero pueden consultar
con cualquier especialista para que les solvente cualquier duda.
- Gracias-,
murmuró el padre aceptándolo y echándole un vistazo. Tras un rato de silencio,
comentó-. Su hija… ¿sabe lo que quiere hacer cuando deje el ejército? Es decir,
si no… si no…
- Si no es
mucha indiscreción-, completó la madre rápidamente.
- Es
especialista sanitaria en su batallón… Quiere ser cirujana-, dijo sin poder
ocultar el orgullo que sentía. Con una sonrisa continuó-. Sin duda lo
conseguirá.
De
repente cambió el tono de su voz y se separó del escritorio con aire decidido y
continuó:
- Bien, esto
es todo. No duden en ponerse en contacto con nosotros ante cualquier duda, pero
sobre todo, acepten este consejo. Su hijo sigue siendo el mismo que el que era
antes de que entraran aquí. No cambien ustedes, ni traten de cambiarlo a él.
- Gracias-,
dijo la madre mientras se levantaba y le estrechaba la mano que le tendía-.
¿Pero cómo podríamos hacer eso? Es nuestro hijo y siempre lo será.
- En efecto-,
finalizó el burócrata con una sonrisa-. Siempre será su hijo.
Los
acompaño hasta la puerta y ambos padres salieron con la placa transparente bajo
el brazo. Por el momento solo sentían la leve decepción de aquellos padres que
saben que sus hijos no seguirán sus pasos. Pero durante los siguientes días y
semanas irían comprendiendo, y aceptando con orgullo, que su hijo tenía un
lugar en la Federación y su vida, un sentido.